Opinión

ENTE CORTE Y ALDEA

Me muevo con frecuencia entre corte (Madrid) y aldea (Parada de Sil) parafraseando el famoso dicho renacentista: 'Menosprecio de corte y alabanza de aldea', que consagró el famoso obispo de Mondoñedo, fray Antonio de Guevara. El tópico resonó en las letras europeas de la época. El espacio cortesano asociaba ambición, competencia, intrigas palaciegas, exploraciones marítimas. Poder. Es la época de los descubrimientos, de la difusión del libro impreso, de la publicación de La Celestina de Fernando de Rojas, bisagra entre el mundo medieval y el resurgir del hombre nuevo del Renacimiento. Las artes del buen vestir, de modos y maneras de hablar y de comportarse con las damas, las fijó el tan divulgado tratado de El cortesano de Baltasar de Castiglione, muy ojeado en su versión castellana. La aldea asociaba el espacio rústico, natural, la convivencia pacífica, el lugar ameno, y el disfrute de la vida sencilla, primigenia, desnuda de ambiciones. Así en El villano en su rincón, comedia cumbre de este género, de Lope de Vega.


La vida en la ciudad se contrapone, hoy como antes, a la vida en la aldea. La gran urbe es un sumidero de razas, culturas, lenguas y religiones. The melting pot, en término anglosajón: fusión, encrucijada, mixtura de étnias. El chino al lado del vietnamita; éste no lejos del camboyano, el indio, japonés, malayo; el filipino no lejos del latinoamericano y del europeo. Pasear por una gran urbe es como ir dibujando, paso a paso, las amplias esferas sociales de la tierra que habitamos. Un gran mapa multicultural y étnico. Uno es entre otros muchos, anónimo, desconocido. Camina indiferente, enajenado en su propio acaecer. Apenas conoce a los que viven en el mismo edificio; ni siquiera a los vecinos de la puerta al final del pasillo. Vive en una calle de un pequeño barrio, de una gran ciudad cuyo entorno es la aldea de tus rutinas. La frutería pertenece a unos colombianos, la panadería la regenta una señora que procede de Santo Domingo, las pilas de la radio las adquieres en el chino de enfrente, y puedes optar por un restaurante turco, coreano, mexicano, tailandés y hasta de las Rías Baixas.


La gran ciudad te hace ciudadano del mundo, vivir la historia día a día, desde el espectáculo político y teatral al cultural: la visita al mejor museo con variedad de exposiciones y conferencias. Ayer Zurbarán, hoy Ribera, mañana los impresionistas, un año más tarde la escuela flamenca. La ciudad huele, se alborota, es a veces un vivo avispero en las grandes concentraciones, en las proclamas religiosas, en los desaguisados políticos. Gays desnudos, en bicicleta, por el centro de la ciudad, un sábado de mañana; una gran manada de ovejas con roncos cencerros reclamando un espacio ancestral (la mesta y las cañadas reales), o un concierto al aire libre con acalorados asistentes.


Pero al final uno siempre vuelve a su aldea. A estar con uno mismo. A ese metafórico espacio interior. La aldea es también el acogido espacio de la casa, de la vida íntima, de la comida casera, del oler del árbol en flor, de la golondrina que vuelve a hacer de nuevo su nido, del gorrión que pía con insistencia, alborotado. Es el canto del gallo que irrumpe al romper del día, del perro que ladra a media noche en plena luna llena. Es el espacio de la campana que repiquetea el día de la fiesta; que alborota a los vecinos llamándolos a su misa; que se duele con alternado sonido ante la muerte del vecino. Todos se conocen en la aldea. Unos y otros, generación tras generación. Saben sus fallas y defectos, sus inquinas y sus agravios, sus lejanos pleitos por lindes, aguas, pasos peatonales, paredes en común. Sus formas de andar, de hablar, de rezar, de vivir: el noble, el cabal, el falso, el presumido, el valentón. A veces el apodo o mote fija con aguda ironía una caracterización: badulaque, chupagaitas, chimpafigos, cantamañanas.


En las aldeas de la Ribeira Sacra se vive en soledad. Se vive en continua ausencia. Un día más y una persona menos. Ya todo es nostalgia de lo que fue y ya nunca volverá a ser. Un pretérito para siempre ya pasado.


(*) Parada de Sil

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