Opinión

Espacio y cultura

El espacio donde nos situamos, la casa, la calle, el campo, el mar, la taberna, el bar, forman parte de las vivencias de cada persona. Y conforman las vicisitudes de la convivencia con los otros o con la propia soledad. El espacio es fundamental en la secuencia de un relato. Adquiere a veces la categoría de personaje. El espacio abierto o el espacio cerrado se acopla a la estrecha relación con el tiempo del discurso narrativo y con la actitud de los personajes. El espacio como una entidad antropológica -casa, calle- está presente en la famosa novela Main Street (Calle Mayor) de Sinclair Lewis. Premio Nobel de literatura. Importante el espacio comercial -piénsese en la Ponte Nova de Ourense-; el espacio cinematográfico, el pictórico, el social (etnias, barrios, centro, margen, periferia, suburbio), el espacio religioso (conventual o monástico). Y no menos el espacio histórico. Destacan, por ejemplo, los grupos de judíos sefarditas arraigados en la lejana Salónica (también Tesalónica), Grecia, a donde llegaron a finales del siglo XV.Y con ellos la memoria de un espacio lejano, castellano, que pervivía en sus folclore; romances, danzas, días festivos, tradición oral. Bajo el dominio otomano, los judíos sefarditas de Salónica vivieron una edad de oro. La furia nazí aniquiló sin piedad la población judía y el singular espacio que habitaron durante cuatrocientos años.

El espacio fúnebre, los cementerios, también definen una cultura y el sentimiento de una comunidad ante el más allá. Se diferencia el cementerio gallego frente al castellano; el inglés frente al mediterráneo. El cementerio de La Rosaleda de Buenos Aires contrasta con el Swan Point Cemetery de Providence, a modo de un bucólico jardín deslizándose sobre una suave ladera hacía la ría que lo limita. Recorrí ambos y me sorprendía el espacio mortuorio como diferenciador de creencias y de culturas. Espacios culturales, antropológicos y no menos étnicos. Generacionales y hasta metafóricos. El cementerio presente en el relato de Gustavo Adolfo Bécquer en “El día de las ánimas”, o el que evoca José Zorrilla en Don Juan Tenorio y siglos antes Tirso de Molina en El Burlador de Sevilla. Y no menos el que describe Miguel de Unamuno en un rotundo poema: “En un cementerio de lugar castellano”: Corral de muertos, entre pobres tapias, / hechas también de barro, / pobre corral donde la hoz no siega, / sólo una cruz, en el desierto campo / señala tu destino. / Junto a esas tapias buscan el amparo / del hostigo del cierzo las ovejas  / al pasar trashumantes en rebaño, / y en ellas rompen de la vana historia, / como las olas, los rumores vanos”. Sorprende la imagen “corral de muertos“, el “amparo” que ofrece a las ovejas el pasar trashumante en rebaño, y cómo ante sus tapias se resquebaja la “vana historia” en simple vanidad.

Una reciente película de Richard Matheson, I am Leyend (Soy Leyenda), una versión alterada de su distópica novela con el mismo título, muestra los espacios más emblemáticos de la ciudad de Nueva York:la catedral de Saint Patrick, la Quinta Avenida, Central Park, Madison Avenue, Times Square, Washington Square, el Soho; la Calle 14. La ciudad a modo de la gran dama, vigorosa, sensual, atractiva. Vertiginosa, inquietante. Profundamente deseada. En el imaginario colectivo, en ese cruce de lecturas, el deseo del rey don Juan de Castilla de tomar como esposa a su atractiva Granada. Así lo relata el famoso romance “Abenámar, Abenámar, / mozo de la morería”: “ Si tú quisieses, Granada, / contigo me casaría; / daréte en arras y dote / a Córdoba y a Sevilla”. La ciudad / dama, recogida en sí misma: su medina, sus bazares, sus espacios intrigantes, misteriosos, sensuales. Tres ciudades en García Lorca: Sevilla, Córdoba y Granada: “Córdoba, lejana y sola”. Dos ciudades rivales en Góngora: Córdoba frente a Granada. Y Sevilla en El celoso extremeño de Cervantes, breve imagen del indiano ya de vuelta.

Otros espacios asociados con la literatura: la ciudad matadero (El matadero del argentino Echevarría), la ciudad Túnel (Sábato), el Madrid en Galdós (Fortunata y Jacinta), Martín Santos en Tiempos de silencio, Barcelona y La Plaza del diamante de Carmen Rebordea, París y Balzac, Londres y Dikens; Moscú y Dostoyevsky, La Habana y De donde son los cantantes de Severo Sarduy, Ourense y A Esmorga de Eduardo Blanco Amor. El espacio / ático en el El diario de Anne Frank. Y es la maraña burocrática en El presidio de Kafka, sanatorio en la Montaña mágica de Thomas Mann. Y Dublín en el Ulyses de James Joyce. Y es mi pequeña aldea -Sardela- a la que siempre vuelvo.

Parada de Sil

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