Opinión

EL FARAÓN ENJAULADO

Cierto. Una imagen vale más que mil palabras. O si lo enunciamos al revés: mil palabras valen menos que una imagen. Pasó a la fraseología del discurso periodístico y es valioso instrumento de las agencias publicitarias. La imagen silencia la palabra pero a la vez explora múltiples instancias significativas y contextuales. Visualiza un hecho y habla a la imaginación. Hay imágenes patéticas, crudas, inolvidables. La historia está también escrita en vívidas imágenes. Desde los fulgurantes cuadros que cuelgan en las más famosas pinacotecas a los fotografías más degradantes. La figura de un ahorcado, colgando tieso de un árbol, habla de la odiada ideología racista del Ku Klux Klan. O las Torres Gemelas envueltas en llamaradas, en denso humo y polvo; los cadáveres amontonados en los campos de concentración nazi, el miliciano republicano quien, con la bandera en alto es abatido por una bala enemiga. Y no menos la estatua de Sadam Hussein, destronada de su pedestal, zarandeada, pisoteada, escarnecida. La historia se repite: Kadafi y la entrada del ejercito rebelde en el palacio presidencial. Iconografías ejemplares de conductas perversas, tiránicas; ególatras que se asumen dueños del destino de su pueblo.


Cierto. Una imagen vale más que mil palabras. Tal era la imagen patética de Hosni Mubarak que impune gobernó Egipto durante 29 años. Saltó a las primera página de los dos grandes diarios norteamericanos: The Wall Street Journal y The New York Times. Apenas se entreveía su cara entre las rejas. En su camilla de enfermo, reclinada la cabeza sobre la almohada, mirando de reojo, mofletudo, oculto el resto por el cuerpo de sus hijos, también en el interior de la jaula, de pie, evitando el enfoque directo de los fotógrafos. Alucinante. El gran Faraón del siglo XXI trasfigurado, enfermo de cáncer, yacente en vida, acusado de corrupción y de asesinato. No solo humillación; también venganza por los ochocientos cincuenta manifestantes que cayeron el 25 de enero en la plaza de Tahrir pidiendo democracia y calidad de vida. Hosni y sus dos hijos se consideraban entre los más ricos de Egipto. La avaricia no tiene límites.


Los pueblos se redimen de sus tragedias con la venganza y la sangre de sus verdugos. Los trágicos griegos de la Antigüedad (Esquilo, Sófocles, Eurípides) le asignaron el término de catarsis. Una manera de purificación social ante la maldad. O en términos más modernos y teatrales: justicia poética. Porque la imagen televisiva del Faraón enjaulado viene a ser un gran acto, aun sin cierre, de una tremenda tragedia, que es la penuria que acarrea el dictador corrupto sobre el destino de su pueblo. La redención llega cuando todos los ciudadanos tengan acceso con su voto al gobierno de ese espacio político que es la nación. Y cuando todas sus instituciones, la justicia sobretodo, sea imparcial, ajena al dominio de quien representa el poder. Pero no es fácil encontrar el punto medio entre justicia y venganza, entre reconciliación e indiscriminado ajuste de cuentas.


Como en la familias, la reconciliación es la mejor opción frente a la feroz venganza. Esta se alimenta de sucesivas acciones y se continúa en ciclos de autodestrucción. El consenso y la reconciliación acarrean progreso y prosperidad. Cunden los ejemplos: Nelson Mandela abogó por la reconciliación. Tras el exilio de Ferdinand Marcos en las Filipinas, la corte de sus corruptos fueron ignorados y Corazón Aquino hizo real la transición a la democracia. Por el contrario, con el asesinato de los Ceausescu, juzgados en secreto, paso una larga década hasta que Rumania empezó a levantar cabeza.


El borrón y cuenta nueva es la mejor opción frente al despiadado ajuste de cuentas. Tal hicieron los polacos tras años de dominio autocrático. En el candelario está el régimen militar transitorio de Egipto, que aunque rígido ante los despilfarros de Mubarak, se mueve lentamente en el cambio de poderes, en la afiliación de partidos y en las elecciones democráticas. Sin embargo, la imagen pírrica del Faraón enjaulado ya es parte de la historia iconográfíca de la modernidad: el Faraón enjaulado. Parada de Sil

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