Opinión

LA FURIA DE ESCRIBIR O CARLOS FUENTES

Llegaba siempre a Brown University promocionando su nueva novela. A veces era el punto inicial, a veces el final de un tour de intensa actividad publicitaria. Era el mejor púlpito de sí mismo. El inicio de la gira era con frecuencia Madrid, a través de El País y de la Editorial Alfaguara, que lo acogían con beatíficos honores. Cuajó una larga amistad con Jesús Polanco y obviamente cotejaba con alargada sonrisa el poder de la comunicación. Se recluía por una larga temporada (Londres uno de sus sitios preferidos), combinando su nerviosa escritura con lecturas en reposo, siempre en el dintel de la actualidad. De hecho dominaba la literatura inglesa, francesa y la actualidad política, social y literaria, tanto de su país como del entorno europeo. Se movió, ya desde niño, entre variados paisajes humanos. De padre diplomático, nace en Panamá y salta de Washington a Santiago de Chile, a Buenos Aires, a Ginebra donde estudio derecho internacional. Y en su país, desde el estado de Mazatlán, donde residía una de sus abuelas, a Sinaloa, en la costa del Pacífico, al lado de su otra abuela.


Hombre de letras chapado a la antigua, ajeno al ordenador y a los correos electrónicos, Fuentes escribía manualmente, página a página, en un continuo y renovado esfuerzo diario, llegando a sumar unos sesenta libros; la mayoría novelas, algunas de ellas inconfundibles, obras de teatro, ensayos de carácter político, de crítica literaria, de actualidad periodística. Cervantes fue uno de sus modelos al que le dedicó una serena y acertada lectura. Y lo fue Borges


Elegante, fino, sumamente inteligente, con un afable don de gentes, cautivaba con su majestuosa oratoria, tanto en español como en inglés, que dominaba con exquisita y calcada pronunciación, gestual, pausada, parsimoniosa. Vestía de forma impecable, y su tez morena, amplia sonrisa, bien acicalados bigotes, mantenía en vilo a su audiencia. Las damas le aplaudían con entusiasmo. Dominaba la historia política y social de México, con obvias referencias contextuales a la Revolución mexicana (1910-1917), a sus programas sociales sin cumplir, y al gran desfase entre la población indígena y la criolla. El programa social del presidente Porfirio Díaz y el del Lázaro Cárdenas eran referencias frecuentes.


Algunas de su novelas ya son parte del canon de la literatura contemporánea. Entre ellas, La región más transparente, en alusión a la ciudad de México, que Alfonso Reyes, el patriarca de las letras mejicanas, definió con fina agudeza y que recoge Fuentes como título. Destacan, a modo de marmóreas columnas afincadas en profundos referentes, las palabras de Ixca Cienfuegos, uno de sus personajes: 'Escúchame, desdichada, ¿quieres mi cuerpo o mis palabras? Yo no tengo sino palabras, hasta mi cuerpo es de palabras, y esas palabras pueden ser tuyas'.


Se ventila también la compleja identidad del mexicano. La hizo célebre en otro de sus relatos, en La muerte de Artemio Cruz, epítome del fracaso de la Revolución mejicana, a cuya sombra se impone la injusticia, la avaricia y el poder sin escrúpulos. El relato está cruzado de hieráticos referentes pronominales: un Tú que habla en futuro; un Yo en presente y un Él que rescata el pasado de Artemio Cruz; un diálogo de espejos entre tres personas y tres tiempos. Forman la vida de Artemio Cruz. Su biografía espiritual importa más que su biografía física. Detrás, ecos de As I Lay Dying de William Faulkner, de La amortajada de María Luisa Bombal y hasta de Malone meurt de Samuel Beckett. La evocación de una agonía y el entrelazado de los tres personajes que la sostienen, impulsan la dialéctica del relato y apuntan a otra posible lectura: la alegórica. Es decir, la historia de un país cuyo pasado ya es presente, y éste, un futuro difícilmente descifrable.


Azotó la tragedia a Fuentes. Su hijos tenidos con la elegante Silvia Lemus murieron antes que él. El hijo de hemofilia; la hija a causa de una severa adicción a las drogas. Hierático, inmutable, Fuentes pidió que sus restos fuesen enterrados en el parisino cementerio de Momtparnasse, al lado de los grandes iconos de la literatura europea: Charles Baudelaire, Samuel Beckett, Julio Cortázar, Jean-Paul Sartre, Ionesco. No lejos, en Ginebra, yacen los del argentino Borges. (Parada de Sil.)


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