Opinión

GEOGRAFÍA DE PÁGINAS NO ESCRITAS

Acumulamos sobre el cuerpo, a lo largo de la vida, páginas no escritas, muchas de ellas olvidadas, otras apenas recogidas. Y en ese epitafio final, que señala la conclusión de una vida, tan sola quedará la palabra escrita: un breve texto. El caminante que la lea, en breve fórmula, fácil de captar en un golpe de vista, se alejará rumiando lo leído. Y al poco tiempo ya olvidado. Nada ya sobre el cuerpo hecho polvo. Tan solo una breve sentencia, unas palabras, una frase formularia. La materia corporal se transforma, se funde y desaparece, pero el epitafio rompe la cadena irrepetible del tiempo trascurrido. Es estático, inamovible sobre la piedra en que se graba o se cincela. La escritura se hace con el tiempo opaca pero, una vez desvelada, es a modo de disfraz o sudario o palimpsesto que brevemente revela una identidad. Porque lo no leído es aquello que nunca existió. No se trabaja con la memoria, diría Jorge Luis Borges, más bien contra el olvido. Y la escritura es una de las fórmulas que lo retiene. Tanto en el Renacimiento como en el mundo clásico, la palabra acompañó las representaciones icónicas en medallas, pinturas, sepulcros, esculturas, estatuas.


La memoria es selectiva. No se recuerda todo sino fragmentos espaciados, a veces alterados, otros imprecisos. Cada recuerdo o cada olvido es también parte de lo que fueron nuestras vidas. Uno no se repite, se altera, cambia, deja de ser diligente y se transforma en obtuso, impertinente, en raro o desabrido. Y finalmente en punto final. De ahí que toda biografía sea en parte una acumulación de seleccionadas metáforas que, en el proceso de ser fijadas como texto, hilan la vida que fue, o pudo ser o nunca fue. Se narra a base de fragmentadas selecciones, en un estilo breve o ampuloso, teniendo un mente a un lector que quede capcionado ante la vida (en griego bios) ejemplar, pero linealmente alterada como escritura (grapho). Porque la escritura biográfica, como la vida, es sucesión, si bien la primera selecciona lo ocurrido. Y es de este modo lo fragmenta.


El trasunto de lo vivido, que la filosofía fenomenológica, con Dilthey a la cabeza, define como Erlebnis, a la escritura que la narra (poiesis), marca esa alterable disociación entre lo vivido y lo leído: entre lo que fue como vida acaecida y la que se cifra como escritura, modelada sintácticamente. Lo que explica que ninguna biografía, aunque sea sobre el mismo personaje, sea idéntica a otra, y el que un hecho histórico nunca se describa de la misma manera por un grupo de selectos historiadores. Quien escribe es, sobre todo, un lector cargado de ideología, formación crítica, temporalidad. Y quien leyere sobre sí mismo en el siglo XVII, o en pleno Romanticismo, no lo haría de la misma manera ya entrados en el XXI.


El sujeto sobre el que se escribe cambia en su largo peregrinaje desde su niñez a su vejez. Nunca es el mismo. Es cronología, a veces también espacial y profesional. Por el contrario, la escritura que documenta su proceso es estática, inalterable. Permanece atrapada en su contexto. Prisionera, diría el profesor de Duke University, Fredric Jameson, del lenguaje que la enuncia. Somos, citando una vez más a Borges, nuestra memoria, un quimérico museo de formas inconstantes, un montón de espejos y no menos de símbolos. O tal vez, una 'vaga imagen sobre mis espejos' en acertado verso de Jorge Guillén. Pero sin memoria es imposible imaginar, y menos escribir. La lucha del ser humano contra el poder es también la lucha de la muerte contra el olvido.


En dicho intento, el que nadie se olvide de lo que uno fue, se pronuncia la autobiografía. Endefinición de Philippe Lejeune, un relato retrospectivo sobre la propia existencia. Quien escribe (el autor) se identifica con el narrador (la persona que se enuncia como 'yo' y relata la historia), y el protagonista de esa narración. Su vida (emotiva, social, familiar) constituyen el relato. Y no implica que todo lo que se cuente en una autobiografía sea cierto. La memoria se acaba con el tiempo, recordando la célebre sentencia de Miguel de Cervantes: 'No hay memoria que el tiempo no acabe, ni dolor que la muerte no consuma'.


(Parada de Sil)

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