Opinión

UN GRITO DE DOLOR: GETTYSBURGH

Crucé el condado de Adams, en el estado de Pensilvania, Estados Unidos, en busca de una colonia de Amish, anclada en lejanas prácticas religiosas. Proceden de pequeñas poblaciones suizas, situadas en los valles profundos de los Alpes, asociados con la iglesia Menonita. Con Jakob Ammann al frente, formaron parte del cisma entre la iglesia anabatista de Alsacia y la de Suiza. Y me encontré con la pequeña localidad de Gettysburgh, al este del estado. Celebra este año el 150 aniversario de una de las batallas más importantes de la Guerra de Secesíon americana (1861-1865). Entre sonidos de gaitas al estilo escocés, reverberaba por la pequeña villa, en aguda melodía, el famoso himno de Yankee Duddle. La batalla de Gettysburg tuvo lugar el fatídico mes de julio de 1863. Se enfrentaba el victorioso ejército confederado, que agrupaba a los trece estados del Sur al frente del general Jefferson Davis, con el de la Unión, abanderado por Abraham Lincoln, con serios descalabros éstos a la espalda. La derrota de Gettysburg cambio radicalmente la balanza del poder. Los ejércitos de la Confedaración fueron ferozmente masacrados. Dos años después se firmó la rendición, logrando la integración y unidad de país.


El campo donde tuvo lugar esta sangrienta batalla es a modo de una venerada reliquia. Cunde el silencio y las huellas de la sangre derramada. Sube del millón los turistas que recorren, en musitado silencio, sus praderas y senderos. El lugar está grabado en la conciencia histórica nacional con el nombre de 'Gettysburg National Park'. Se calcula que murieron unos cincuenta y cinco mil soldados entre ambos lados. El parque avala el gran himno a favor de la libertad: We are born free (todos nacemos libres), el santo y seña de este país, frente a la esclavitud y al determinismo de raza, sexo, religión o clase social. Al frente del ejército de la Unión el general George G. Meade quien, pese a sus deficiencias en estrategia militar, ganó la batalla más importante de la única Guerra Civil que ha sufrido Estados Unidos. Nacido en Cadiz, creció en Pensilvania y se formó como militar, al igual que la mayoría de los generales de la trágica contienda, en la academia militar de West Point, situada a orillas del río Hudson, al norte de la ciudad de Nueva York.


Gettysburg era un nudo de comunicaciones por ferrocarril y un valioso cruce de caminos hacia Washington. Su dominio garantizaba, no la derrota de uno de los bandos, sino el llegar a un acuerdo entre las dos zonas enfrentadas -Norte frente a Sur- y dos sistemas de vida radicalmente diferentes. La facilidad de comunicación de los ejércitos de la Unión, el disponer de carabinas de fácil recarga, obteniendo así mayor ritmo de fuego y, sobre todo, una posición privilegiada, cambió la balanza el segundo día del enfrentamiento a favor de la Unión. En una acción a la desesperada, el general Lee ordenó romper el cerco del ejército federal situado en la zona de Cemetery Ridge. La carga le costó la muerte de quince mil hombres. Perdió la batalla, el intento de asediar Washington y con ello, dos años después, la guerra.


El gran poeta Walt Whitman pateó aquellas praderas regadas con sangre y con gritos de dolor. Descorazonado, ausente de sí mismo (I sitting, look out upon, see, here, and am silent), grita de dolor, irritado ante la opresión, la injusticia y la maldad. Experimentó en propia carne los terribles efectos de la guerra. Ya Herman Meville, el autor de ese gran relato alegórico, Moby Dick, reflejó como testigo, en Relatos de batalla (Batle Pieces) y en Aspectos de Guerra (Aspects of War) la batalla de Gettysburg. Y entre diciembre de 1862 y enero del siguiente año, Louisa May Alcott sirvió como asidua enfermera, pero sucumbió con fiebre tifoidea, viéndose obligada a volver a su casa. En Hospital Sketches (Fragmentos de Hospital) reflejó algunas de las tragedias vividas. Pero nadie mejor que el gran Walt Whitman. En su libro Drum Taps (Toques de tambor) se perciben los gritos de dolor. Lo evoca García Lorca en su 'Oda a Walt Whitman', incluida en Poeta en Nueva York, augurando en su nombre la profética 'llegada del reino de la espiga'.


(Parada de Sil)

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