Opinión

I am not a crook (Richard Nixon): 
“Yo no soy un corrupto”

Son frases lapidarias que quedan firmes, como obeliscos, en el lento caminar de la Historia; ecos de otros ecos. Frases que delatan, acusan, esconden, disimulan o enmascaran con hábil astucia o torcida dialéctica aquello que se es, pero que no se es. Argucias de las múltiples incoherencias del ser humano. Asientan un dicho y confirman una ideología. En mente la frase evangélica “Yo soy la luz, la verdad y la vida”; el dicho socrático, “Conócete a ti mismo” (Noscete te ipsum), el racionalista, cartesiano, cogito, ergo sum; la amargada enunciación de Hamlet, Be or not to be, o la calderoniana, “que toda la vida es sueño”. Y también lejana, la de Ortega y Gasset, “Yo soy yo y mis circunstancias”. No falta la política, de Barack Obama, “Yes, we can” (“sí, podemos”) que asume el movimiento político Podemos, a modo de valiente parodia del eslogan enunciado en Washington, frente al Capitolio, a la hora de inaugurase una nueva administración. Ambas están en las antípodas como ideología y como sistema político. 

Y no muy lejana la exculpación de Richard Nixon, acorralado por el gran escándalo de Watergate, aclamando firme y contundente un non mea culpa: “yo no soy corrupto”. Nixon era perro viejo: hábil, astuto, doble; mirada aviesa, viendo al rival con fiereza y hasta con desdén. La frase quedó así, petrificada, un diecisiete de noviembre de 1973. Y la reafirmó, declarando: “El pueblo tiene el derecho de saber si su presidente es o no es un corrupto. Bien, yo no lo soy. Y he ganado todo lo que tengo”. La entrevista, ante los editores de la Associated Press, y ante unos cuatrocientos periodistas, basada en preguntas y respuestas, fue a las veces tensa, contradiciéndose con frecuencia. Nixón afirmó en un momento que sí había cometido errores Y más grave: el que en los años de 1970 y 1971 tan solo había pagado los impuestos mínimos sobre sus ingresos (nominal income taxes). El contundente I am not a crook negó la misma afirmación. Las múltiples evidencias lo confirmaban. La excusación o disculpa, motu proprio, al responder asumiendo tácitamente una pregunta, quedó plasmada en el tan recurrente axioma latino: Excusatio non petita, accusatio manifesta. Un buen estudiante de primero de latín la traduciría "una disculpa no pedida, es una culpa manifiesta". O la variante, "explicación no pedida, acusación manifiesta". La cantinela suena a actual y reciente por estos agros celtibéricos. 

Grandes sabios de la naturaleza humana eran los dramaturgos griegos. Perdurables sus dramas. Y violentas sus tragedias. Presentan la urdimbre de un “casta” (reyes, nobles, príncipes, gobernantes, dioses) que, cegados por la ambición, el poder, el engaño, se traicionan a sí mismos y, en el alto de su fama, caen descalabrados, desechos humanos de la sociedad que los encumbró. Léase Edipo, rey, la formidable Electra, la sulfúrica Casandra. La ambición, la venganza, la traición, el deseo de tener y poseer mueven también algunos de los grandes dramas de Shakespeare: en mente Macbeth y Richard II. 

La sociedad ante la corrupción moral amasa sus culpas. Las libera encarnándolas en el personaje más representativo de la tribu: rey, noble, líder político, anciano venerable. Lava sus culpas encarnándolas en un tótem maléfico: el chivo expiatorio. Aristóteles definió tal acto de catarsis, y al cegado por su ambición, asumiendo ser dueño de todos y amo de sí mismo, de soberbio (hubris). Su caída en desgracia (catástrofe) la ocasiona una falla trágica: el hábil don de manipular la verdad a medio camino entre hipocresía y venganza. Personajes vacíos, sin conciencia ni sentido de culpa. Atacan a quienes le piden cuentas con la violencia verbal, a medio camino entre serenidad e irritación, contención y cólera. La verbosidad y el sentimiento apasionado son a modo de máscaras teatrales bajo las que se protegen. Delatan la fatal caída (pathos) moral. Así en la tragedia de Electra, de Eurípides, a medio camino entre hipocresía y venganza.

Las profecías de Casandra en Eurípides las representa, en el drama de los Puyols, la ex novia que delató el dinero depositado en un banco de Andorra. Desató así las míticas Furias: el desenmascaramiento del insigne y venerado prócer Jordi, tan presentes en las tragedias griegas. Antes como ahora, las fallas del ser humano se siguen representando. Ciertamente, como ya se ha dicho, la vida es nuestra gran comedia. (Parada de Sil).

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