Opinión

IMÁGENES DE CIUDAD ENAMORADA

Richard Matheson muestra en Soy Leyenda, un film reciente, los espacios más emblemáticos de Nueva York: catedral de San Patricio, Quinta Avenida, Central Park, Madison Avenue, Times Square, Washington Square, Calle 14. Cruzada de Norte a Sur por calles perpendiculares y de Este a Oeste por avenidas paralelas, bordeada por amplios ríos, abierta a todos los vientos, incitante y perniciosa, Nueva York es a modo de una gran señora, prostibularia: cuerpo abierto, atractivo, deseado. La ciudad como gran dama ya está presente en el imaginario de la España de finales del siglo XV, en el último tramo de la Reconquista. Desde un altozano, Juan II de Castilla contempla la deslumbrante ciudad de Granada, con sus espléndidos palacios y jardines: Alhambra, Generalife, Torres Bermejas. Y le pide, enamorado, aturdido ante el esplendor de estanques, aguas vibrantes y jardines voluptuosos, que sea su esposa. A cambio le daría en arras al rey moro que la posee Córdoba y Sevilla. La respuesta de la atractiva dama es rotunda: 'Casada soy, el rey don Juan, / casada soy, que no viuda'.


La ciudad a modo de incitante joven, ostentosa, deslumbrante y a la vez sumisa, corre por la cultura del Medio Oriente. La ciudad, con sus espacios recogidos, medinas y bazares, sensual e intrigante, se descubre y redescubre a modo de un espacio corporal que invita a su posesión. Caminarla es como poseerla. El habitáculo del rey don Juan, padre de Isabel La Católica, era el adusto y escuálido alcázar de Segovia: fosas, muros y almenas castigadas por el aire seco de la meseta castellana. Los jardines del Generalife vendrían a ser, en su imaginario, el lugar ameno, paradisíaco, que tan solo había ensoñado a través de Las Mil y una noches, o de relatos caballerescos. Ese cuerpo anhelado se pierde en la lejanía y surge de nuevo en el verso de García Lorca, 'Córdoba, lejana y sola', fraguado en una profética muerte, evocada ante las dos ciudades rivales: Sevilla y Granada: '¡Ay qué camino tan largo!?/ ¡Ay mi jaca valerosa!?/ ¡Ay que la muerte me espera,?/ antes de llegar a Córdoba!'. Ciudades eternamente rivales en el imaginario espacial de don Luis de Góngora: Córdoba frente a Granada, en el romance que empieza: 'Ilustre ciudad famosa'. El Albaicín es ya 'cuerpo vivo en otro tiempo, / ya lastimoso cadáver'. Los versos deletrean una lejana historia de rivalidades entre Cegríes y Abencerrajes.


Los interiores y los márgenes de una ciudad son también insignes metáforas de la historia. Las losas de sus callejas (pienso en la mítica Auria, más allá de la Praza do Ferro y de la Catedral) rezan en su silencio el murmullo de pasos milenarios. Perdidos algunos, olvidados otros. Lo es el Madrid de Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta) pateando la Cava Baja hacia Embajadores, en contraste con el sinuoso caminar entre chavalas y alcohol envenenado en Tiempo de silencio de Martín Santos. El espacio, calle, casa, ciudad, acumula relevantes vivencias antropológicas. El pícaro Lázaro, personaje que encabeza todo un género literario, ve la luz en la aceña de un molino, al lado de Salamanca; la patea con su madre y paso a paso se va alejando de la ciudad del Tormes de la mano cruel de sus amos hasta llegar, ya mozuelo, a Toledo. La ciudad culta, sabia, se sustituye por la devota, eclesiástica. Lázaro inventa el espacio urbano y el trasiego de la vida, bajo el sol o entre sombras. En mente, el viejo Carrizales, personaje clave de El celoso extremeño de Cervantes. Su casa, en donde guarda a su joven Laurencia, mordido de celos, da en cárcel, fortaleza, convento y hasta en harén, tapiadas todas sus ventanas con celosías.


El espacio es una gran metáfora cultural: casa, venta, río, cárcel, manicomio, ático (El diario de Anne Frank). Es la obtusa y enmarañada burocracia (El presidio de Kafka). Y es el sanatorio suizo en La montaña mágica de Thomas Man; un discurso doblado, convertido en laborioso juego de palabras (Dublin) en el Ulyses de James Joyce.


Los nuevos espacios son, en término del antropólogo Marc Auge, los no-lugares, vacíos de historia y de transcendencia social: aeropuertos, grandes superficies, imponentes rascacielos. Fríos, hieráticos, dominantes. El dominio de la gran ciudad quedó magistralmente en los breves versos enamorados de Frank Sinatra, en 'New York, New York': 'If I can make it there, I'll make it anywhere'.


(Parada de Sil)

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