Opinión

LÁGRIMAS Y VELAS EN TUCSON, ARIZONA

La tragedia se en cebó seis vidas. Era un acto de arraigada democracia a plena luz del día, en la explanada de un concurrido supermercado, en Tucson, en el estado de Arizona, con lejanas reminiscencias hispanas. Lo delata su mismo nombre. Fue explorada por el franciscano Marcos de Niza, en 1539. Luz plena, cielo de intenso azul y un círculo de oyentes y curiosos alrededor de la congresista por el estado de Arizona, Gabrielle Giffords, activa defensora de los programas de Barack Obama, en la cámara baja del Senado norteamericano. Entre ellos, el de salud pública, que da acceso a la atención médica a todos los ciudadanos y que está bajo el punto de mira de los conservadores republicanos, extremistas, recién llegados a Washington. Lograron sus victorias en las urnas el pasado noviembre, aupados en parte por el radical Tea Party, al frente de la belicosa Sarah Palin. El acto de la señora Giffords, conocida por el cariñoso nombre de Gabby, representaba el mejor ejercicio, simple y directo, de la democracia a pie de calle o, en sus palabras, 'Congress on Your Corner', una versión puesta al día del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La congresista recibía opiniones de los ciudadanos ?críticas, preocupaciones, deseos, propuestas de cambios, nuevas iniciativas? para sentir de este modo el latir de su partido y ya en Washington proponer y luchar por quienes representa, a modo de la vocero de su tribu. Democracia en acto puro.


El acto quedó trágicamente suspendido por un feroz tiroteo que segó seis vidas y dejó una decena de heridos. Entre los muertos, un destacado juez federal que de vuelta de su misa diaria se acercó al grupo para saludar, pese a ser republicano, a su amiga Gabby. Y la niña de nueve años, Christina, estudiante sobresaliente, excelente nadadora, gimnasta y bailarina, que veía tal vez en la figura de la representante Giffords una proyección de sus futuras metas. Tallo de una flor segada sin apenas florecer. El presidente Barack Obama, acompañado por distinguidos miembros de su gobierno, del Congreso en Washington y por su esposa Michelle, se desplazó a Tucson para asistir al funeral de Christina y consolar a quienes fueron víctimas de la tragedia. Su breve, pero ejemplar discurso, conmocionó a una numerosa audiencia congregada en el gran auditorio de la Universidad de Arizona. Los aplausos fueron continuos, con aclamadas voces de aprobación en pie.


Se ha juzgado tal discurso como uno de los más brillantes de los dirigidos por los presidentes norteamericanos que le precedieron. Referencias bíblicas (la figura de Job vapuleado por la maldad), configuración moral de la persona, valoración humana, creencia religiosa, rectitud, sentido democrático y respeto ante las diferencias de ideología, fueron los álgidos puntos de este memorable discurso. Criticó la agria recriminación política, la confrontación, la degradación del rival y los debates entre adversarios basados en patrañas, miedos y en ridículas exageraciones. Y todo bajo el pretexto de indagar sobre los motivos que llevaron al asesino Jared Loughner a cometer tal brutal tragedia. La recriminación de la mayoría de la prensa norteamericana ha dirigido sus dardos a la extrema derecha republicana y a su espurio Tea Party, vociferando sobre el derecho constitucional del uso de armas, la inmigración ilícita, la libertad de sus ciudadanos de escoger y elegir el programa de salud que mejor les convenga. Y esto pese a que una gran mayoría quedarían al descubierto y sin ninguna protección. Porque es necesario y lícito el debate entre Gobierno y oposición, expresaba Obama en Tucson, en el ejercicio democrático de autogobierno que surge de la voz mayoritaria del pueblo. Este ha de ser cauteloso, moderado, cívico. El acto de exacerbar o inquinar con descalificaciones y reproches, o el acusar de los males del mundo a quienes piensa de manera diferente, incitan a la violencia y provocan la tragedia. Aa tener en cuenta por los llamados estados democráticos, con unas instituciones dando pinitos y aún en pañales a la hora de valorar o respetar la carta magna de la constitución, con frecuencia denigrada y no menos ignorada.


Y si bien no se conocen los motivos que llevaron al desquiciado Jared a cometer tal atropello y convertir en sangre y lágrimas una asamblea democrática, Obama proponía no el agrio enfrentamiento político, sino la discusión, el diálogo con buena fe, la humildad y el respeto mutuo. Porque la muerte trágica de una persona o de un grupo, observaba Obama, rompe la rutina diaria y nos obliga a preguntarnos sobre la conducta de uno mismo y en relación con los demás: sobre nuestra propia mortalidad. Nos obliga a recordar que somos un instante de tiempo sobre la tierra y lo que importa al final no es la riqueza, ni el poder, ni la fama, ni el nivel social sino el bien que hemos hecho o el esfuerzo, por pequeño que sea, en mejorar las vidas de los demás


La figura de la representante del Congreso, Gabby, y de la pequeña Christina se convirtieron en símbolos de las dos caras de una tragedia: ésta de una promesa sesgada, y la otra, recuperándose del balazo que penetró por su oído y salió por el centro de la frente, del espíritu firme, inquebrantable, de buscar la aquiescencia, el entendimiento y la meta común: un país mejor.


(Parada de Sil)

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