Opinión

LEYENDO A JORGE LUIS BORGES

Es posible. Somos todos y nadie, uno y ninguno. Cada uno se inventa a ese su otro, que tal vez quisiera ser y pudo haber sido. Que se ve imaginariamente doblado en la cara de un espejo y que, a modo del mítico Narciso, vive escindido entre lo que es, quiso ser y nunca pudo ser. El artilugio literario del doble, que se cifra en el autorretrato pictórico, pintándose así mismo y, marcado por las arrugas que impone el tiempo, ya es otro, enfrenta las invenciones del arte frente a la conciencia histórica de ir envejeciendo. En el arte de combinar forma, luz y color, el autorretrato pictórico es estable, siempre él mismo, congelado en el instante de su creación. Y marca una radical diferencia con quien fue objeto del retrato, visto en la lejana penumbra de su historia. Del mismo modo, el yo autobiográfico que relata su vida escindida como narrador, como personaje y a la vez como autor, forma parte de una asentada convención dramática y teatral.


Todo actor asume la cara y la persona en que se encarna, y a lo largo de una carrera de representaciones da voz a otras muchas voces multiplicadas, dobladas en quienes las representan. Ya en la vida real cada uno es percibido de manera distinta, a veces opuesta, contraria, por vecinos y amigos. Y la esquela final que cierre nuestras vidas, o el epitafio que la resuma, será un abreviado fragmento, cifrado de esa otra en vida: la interior de cada uno, que jamás será narrada. Lo asentó de modo ejemplar el breve cuento, a modo de parábola, 'De Borges y yo', del escritor argentino Jorge Luis Borges, que incluyó en El hacedor (1960), una colección de relatos que hicieron historia literaria y fundó todo un pensamiento crítico en la última treintena del siglo pasado: la poética de la lectura.


Hay un Borges a quien le gustan los relojes de arena, los mapas, las etimologías, el sabor del café (el Borges del yo íntimo) y hay otro (el público) que 'trama su literatura', que comparte las mismas preferencias, pero que de un modo vanidoso 'las convierte en atributos de un actor'. A este le gusta evocar la heroica vida de sus antepasados, de sentirse encarnado en ellos (el relato del 'Sur'), de evocar ruinas circulares, fragmentos de espejos, laberintos, dobles, ficciones de otras ficciones. La vida es a modo de 'continua fuga' que se va perdiendo en el olvido. La frase final que cierra el breve relato de Borges es una paradójica, emblemática: 'No sé cuál de los dos escribe esta página'.


La literatura salta a la vida y la vida a la literatura. Y somos el doble de nosotros mismos. El joven ya no es el niño que fue; el adolescente no será el hombre entrado en la medianía de su edad; y éste ya poco se acerca al mayor de edad, llegada su dorada o dolorosa ancianidad. Cierto. Somos sucesiones de nosotros mismos. Pero a la vez diferenciadas unas de las otras. En cada uno gravita la memoria de los antepasados, la vida hilada paso a paso, unida, fragmentada en tiempos y espacios simultáneos, o alternos o diferentes. Nos ocultan y nos violan las apariencias. La pose con la que nos presentamos ante los demás y la vivencia íntima, sujetiva, apenas se revela. Siempre a la deriva entre la historia personal, íntima (gustos, rarezas, deseos, fantasías irreprimidas, sexo) y la social. La percibida y fijada por los otros. El dilema del quien soy frente al quien soy ante el ojo de los otros pone en juego esta continua alteridad que define al ente persona.


Así concluía Borges su breve relato 'Borges y yo': 'Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página'. No existe una 'historia' estable que puede ser vista como fondo de una realidad literaria. La 'historia' es un relato del pasado que utiliza otros textos, orales o escritos. Su verdad histórica, asume Borges, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Todo juicio es relativo. La crítica es también una actividad tan imaginaria como la ficción o la poesía.


Nadie mejor que el gran poeta portugués Fernando Pessoa. Se encarna, escribe y publica libros con los nombres de destacados poetas, de variado estilo, gusto y estética: Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, el Pessoa ficcional, y sus múltiples alter egos. Tal sentimiento de enajenación lo dejó consagrado en el pasado siglo Oscar Wilde en su famoso relato de The picture of Dorian Gray.


(Parada de Sil)

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