Opinión

En un lugar del Quijote

El espacio establece en Don Quijote una múltiple correspondencia de oposiciones y contrastes: la casa del hidalgo castellano, la venta de Juan Palomeque, la casa del Caballero del Verde Gabán, la cueva de Montesinos, el palacio de los duques, la casa de Antonio Moreno, en Barcelona, la llegada de don Quijote a su aldea, encarcelado en un carro tirado por unos parsimoniosos bueyes. La consideración del espacio narrativo es un medio que ayuda a profundizar en la vida interior de los personajes. El espacio narra y describe. La topografía desvela una cronografía en los varios lapsos de la narración. El cronotopos, siguiendo los postulados de Bakhtin, inscribe y organiza el tiempo y el espacio del discurso narrativo. Tal sucede con el extenso viaje de Don Quijote por los campos de la Mancha hasta llegar a Barcelona, con su vuelta y su derrota, también el de Odiseo de Homero (Odisea). O el narrado por Melville en Moby Dick. Roma es la ciudad emblemática a donde llegan, aconsejados por Falsirena, esa maga media bruja y media sabia, Andronio y Critilo, los personajes centrales de El Criticón de Gracián. La narración es la duración del viaje. Los cambios de lugar destacan frecuentemente los puntos sobresalientes de la trama narrativa y, por lo tanto, de la composición y de su curva dramática.

Todo esto al filo de la presentación en el Teatro Principal de Ourense el pasado día dos de este mes de En un lugar del Quijote, en versión de Ron Lalá, dirigida por Yayo Cáceres, en ruta por distintas ciudades españolas. Fue estrenado previamente en el Teatro Pavón de Madrid, como parte del programa de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Obtuvo elogiosas reseñas y en general bien atinadas. Cervantes como personaje y como autor, rodeado de apilados mamotretos (libros de caballería), escribe, tacha, enmienda, explica en notas a pie de página. Detiene la acción, como lo hizo el Vizcaíno con su espada en alto (Don Quijote, Primera parte, 8-9), saltando en tiempos y espacios contrapuestos. Y con ello dos planos narrativos y dramáticos. Uno: Don Quijote, visionario alocado, sujeto de su historia, mito en encuentro consigo mismo, en airado juego con el quién soy yo, y quién soy en boca de los otros. En ello se incluye a la vez Cervantes, como un sueño de Don Quijote, diría Miguel de Unamuno, y como trasunto de toda una época, triunfalista y arruinada. El otro: Cervantes como autor y como empedernido lector de Don Quijote; éste también como un convulsivo lector. Sus alocadas lecturas revierte su caminar en un visionario programa de amor, justicia y bienestar social.

Hábil contrapunto de escenas salteadas con una variada música y con un recital de metros narrativos: romances, endechas, redondillas, pareados, en donde el discurso culto se hilvana con el popular, y el ritmo del espectáculo se abre al público y a la vez se cierra siguiendo el camino del héroe quijotesco. Y de la mano tradición y modernidad, pasado textual y versiones del presente. El doblaje es pues continuo y alterno. Miguel Magdalena, el director musical, salta a las tablas como Barbero y Vizcaíno, como Cabrero y como Tomé Celial, y se enmascara bajo la figura de Teresa Panza y de la princesa Micomicona

Don Qujote es, pues, autor, personaje y lector de su propio texto; Sancho es pretencioso y ufano, sabio en refranes y apicarado de lengua, en sutil combinación de parodia y ensueño, de salidas y vueltas: cueva de Montesinos, Palacio de los duques, Isla Barataria, ciudad de Barcelona. Un andar que lo marcan lecturas previas, en confusión de géneros, personajes y referencias históricas. La música rompe la monotonía de los alargados monólogos de Don Quijote (el sueño de nacer libres) en boca de Iñigo Echevarría, y el ver, el oír y el actuar (se canta, se baila, se sueña, se enamora de oídas), tienen en vilo a los espectadores prendados por la magia de los continuos saltos espaciales

Magistral y eterno, leído e interpretado de mil formas, Don Quijote tuvo En un lugar del Quijote, en la ciudad de Auria, una espléndida e inolvidable combinación de formas escénicas: monólogos, versos originales, música y danza, búsqueda, locura y muerte. Un sorprendente recital de la vida como comedia y como drama, y de un texto, que es la esencia universal de la querencia humana: el bien obrar para el bien morir.

(Parada de Sil)

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