Opinión

De la mano de Beatriz

Hay comienzos de obras clásicas que son memorables. Como “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, que inicia la mágica andadura del gran caballero andante, Don Quijote, para sus vecinos simplemente Alonso Quijano. Un comienzo universalmente reconocido; un acto del habla, ya formulario, que quiere suprimir lo que no quiere recordar. Un lugar cualquiera que es uno y a la vez otros muchos. Augura un ir y un volver. Un viaje de sí mismo por el camino de otros muchos: los textos que don Quijote ha leído y que vuelve mentalmente a releer. En otros tiempos y otros espacios es también sorprendente el comienzo de El extranjero de Albert Camus: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”.

Y no menos sorprendente, el ensueño de una entrañable pasión romántica, amor desenfrenado y sutil erotismo, el comienzo de la novela Lolita, de Nabokov: “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía”. Seco y rotundo, el de la novela de Beltenebros de Antonio Muñoz Molina: “Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca”. Y a modo de perversa confesión el que abre La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela: “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo”. Y siempre tintineando en la mente del lector, el de Pedro Páramo de Juan Rulfo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivia mi padre, un tal Pedro Páramo”. Hay comienzos que como un golpe de gracia atrapan y aturden al lector, cargado el primer parrafo, o los primeros versos, de un raro o sublime encantamiento. Suspenden la continuidad del tiempo real y sumergen al lector en el tiempo de la ficción, en la magia verbal de una palabra volcada sobre otra, contundentes, premonitorias. Como en “Hoy puedo escribir los versos más tristes esta noche” del poeta chileno, Pablo Neruda.

Viene al caso el comienzo el gran texto de la literatura universal, La Divina Comedia de Dante Alighieri cuyo aniversario de su muerte (1321), es actualmente celebrado con gran euforia -congresos, simposios, ciclo de conferencias, nuevas editiones críticas-, tanto en Italia como en los grandes centros académicos de las Humanidades, europeos y norteamericanos. Dividida en tres partes (Inferno, Purgatorio, Paraíso), es memorable el comienzo del Inferno, la parte más compleja y significativa de esta magna opera, canónica (como lo es Don Quijote), en el fluir de los periodos culturales. Tal es el comienzo: “A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura, porque había perdido la buena senda” (Nel mezzo del cammin di nostra vida / mi trovai per una selva oscura). Nacido en 1265, inicia Dante el comienzo del Inferno en 1306, con treinta y cinco años de edad. Y concluye el Paraíso en 1321, pocos meses antes de morir

Lejos de su ciudad natal -Florencia-, sumido en un largo e injusto destierro, escribe la Divina comedia en un periodo de quince años, saltando de ciudad en ciudad: Verona. Padua, Rávena. La Divina Comedia es la gran novela del exilio. Y Florencia el paraíso perdido al que Dante nunca podrá volver, forzosamente alejado de su mujer (Gemma Donati) y de sus hijos a causa de los graves conflictos políticos de su ciudad natal en los que se vió envuelto.

Un libro extraordinario, escrito en circunstancias adversas, que ya en su comienzo fija tres lecturas paralelas: la autobiográfica e histórica (“a la mitad del camino de nuestra vida”), la simbólica, “me encontré en una selva oscura” y la alegórica: “perdido la buena senda”. Escribir es para Dante significar. Y lo hace de la mano de Virgilio que le sirve de guía a través de los mútiples personajes sumidos en las cavernas del Inferno. Y de la mano de su donna angelicata, Beatriz (en la vida real, Beatrice Portinari), la “gloriosa dueña de mi mente”, “la que fue llamada Beatriz por muchos que no sabían que así se llamase”, “benignamente de humildad vestida”, le sirve de guía por el Purgatorio, y de su mano, accede al espacio sin espacios del Paraíso. Beatriz es belleza, es verdad, es beatitud. Es unión amorosa y contemplación mística. Teniendo como guía en su último tramo a san Bernardo, vislumbra la Luz que es Luz: la Divinidad.

Como autor, como personaje como protagonista, Dante dio voz a un gran poema de amor, genialmente entrelazado con referencias políticas, históricas, alegóricas y finalmente místicas. Trazó genialmente el camino de la perfeccion humana. Y de su conversión. Su gran número de lectores lo atestiguan los casi ochocientos manuscitos que la difunden. No es de extrañar que el argentino Jorge Luis Borges quedase prendado del poder verbal e imaginativo de la Divina Comedia de Dante: del hombre carnal y del humano vertido a la divino de la mano de su Beatriz.

(Parada de Sil

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