Opinión

María de Escocia: la reina mártir (I)

La trágica ejecución de la reina de Escocia por orden de Isabel I de Inglaterra, ambas primas con destacados cruces genealógicos entre los Estuardos y los Tudor, descendientes ambos de reyes (Enrique VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia), causó asombro y estupor en las Cortes europeas. Rápidamente cundió la noticia. Las mejores plumas se hicieron eco. Cundieron las versiones sobre el golpe final del hacha que dejó cercenado, sobre un tronco de madera, el cuello de la reina de Escocia. El proceso de su reclusión, encarcelamiento, juicio, sentencia, desmembramiento y entierro adquirió las proporciones de una gran tragedia al estilo de William Shakespeare, urdida a base de celos, traición, adulterio, homicidio, regicidio y ciega ambición por el poder. Las intrigas se urdían entre países enfrentados: Escocia y Francia frente a Inglaterra. España a espaldas de ambas naciones, otras negociando matrimonios con vistas a alianzas militares y dominio territorial, estaba al orden del día. Felipe II se casó en segundas nupcias con María Tudor, hija de Enrique VIII; en terceras nupcias con Isabel de Valois, hija de Francisco II de Francia. Y finalmente, su cuarta esposa, Ana de Austria, sobrina carnal, era hija de su primo, el emperador Maximiliano II.

Las intrigas contaminaban con frecuencia las relaciones diplomáticas. Espías, contraespías y dobles espías se movían con agilidad entre Londres, Edimburgo, París, Madrid y Roma. Se filtraban entre la extensa servidumbre de cortesanos compuesta por Lores, Consejeros de Estado, embajadores, rompiendo y alterando acuerdos o alianzas previas. Cundían las intrigas y las enemistades entre los potentes clanes escoceses, con frecuencia enfrentados en violentas venganzas. La reina de Escocia, María Estuardo, se movía en medio de una continua secuencia de traiciones y asesinatos, siempre en el vórtice del huracán. Movía su corte con gran agilidad de un castillo a otro, temiendo ser asesinada tanto por la facción protestante, por la católica o por alguno de sus consortes. Acosada por intereses políticos encontrados, con gran tesón y una elegante presencia física, dotada de una magnífica preparación y de un saber estar, terminó siendo acusada de traición, de tomar parte en el asesinato de su segundo esposo y de conspirar contra su prima Isabel I de Inglaterra. Fue señalado el “caso Rodolfi”. Si en un principio Isabel le ofreció protección y refugio, terminó en un largo y severo confinamiento de casi dos décadas que dio fin con su ejecución.

La conspiración católica contra Isabel fue promovida por el rico comerciante londinense Anthony Babington. Pretendía asesinar a Isabel I y coronar a María Estuardo como reina de Inglaterra. La trama fue descubierta en la primavera de 1586. Se reveló que había participado la propia María. El Parlamento pidió se ejecución: Isabel se resistió pero finalmente fue incapaz de soportar la presión y ordenó la ejecución de María Estuardo, reina de Escocia. En su testamento cedió a Felipe II sus derechos al trono inglés. Historiadores, cronistas, dramaturgos, poetas (Pierre Ronsard, Joaquim Du Bellay) dieron pie al mito de la reina mártir envuelto en una aureola de inocencia, martirio y brutal venganza. Se leyeron enturbiadas por la negra tinta del desencuentro entre católicos y protestantes, y en sus derivaciones de luteranos, calvinistas y puritanos.

Lo que más azuzaría la conciencia de católicos sería el gran espectáculo en cuyo centro se representó como experiencia vivida, no imaginada, la cruel decapitación de una reina. Su teatralidad no fue ficticia sino sanguinaria, real. Así la describe un brillante historiador inglés: el segundo golpe del hacha (falló el primero) cortó el cuello, pero no completamente, de forma que hizo falta que el verdugo cortara los nervios restantes, sirviéndose del hacha como si fuera un cuchillo. Por fin el verdugo alzó loa cabeza y gritó “Dios salve a la Reina”. Un grito ahogado retumbó en la sala. Los labios de María Estuardo se movían como si estuvieran rezando, y continuaron haciéndolo durante el siguiente cuarto de hora, anota John Guy en su laboriosa monografía.

Y sigue. Cuando el verdugo levantó la cabeza mutilada, los rizos castaños y el gorro de lino blanco se desprendieron del cráneo. La cabeza rodó por el piso hacia los espectadores notando que era gris y que estaba rapada. María Estuardo había usado una peluca. Todos quedaron atónitos a tal punto que el Conde de Shrewsbury estalló en llanto. El acto superaba las expectativas de quienes estaban acostumbrados a presentar las monumentales tragedias de Shakespeare (Macbeth, Otelo, Hamlet). Porque ni siquiera en los teatros londinenses, nota John Guy, en donde las tragedia y las historias de venganza estaban al orden del día, se había visto nada semejante. El final trágico de María Estuardo, reina de Escocia, conmocionó a la principales cortes europeas.

Parada de Sil

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