Opinión

MEMORIAS DEL PASADO: JUAN J. LINZ

Llegó varias veces al seminario que dirigía Manuel Durán sobre temas del Siglo de Oro: de Fray Luis de León y Cervantes a Lope y Quevedo. Juan Linz rondaba los cincuenta años. De mediana estatura, fornido, de andar pausado y deje germánico, era a modo de una enciclopedia andante. Daba la impresión de saberlo todo. Los presentes en el seminario quedábamos aturdidos con el manejo de referencias y cruces de textos: del alemán y español al inglés. Afable, bonachón, desprendía naturalidad y confianza. Y dispuesto a inclinar su cabeza y oír la opinión, aunque fuese errada, sin sobresaltos o sorpresas. A su departamento de Sociología y Ciencias políticas, Yale, llegaban grupos de jóvenes españoles becados para seguir el intenso programa de doctorado bajo su tutela. Casado con Rocío Terán, hija del catedrático de Geografía e Historia de la Complutense, sin hijos, los acogía en su casa al lado de New Haven. Eran parte de su extensa familia adoptiva. Las tardes de los domingos, después del almuerzo, a modo de buffet, tomando café, fumando, formaban un círculo, con Juan a la cabeza, en amenas discusiones sobre la España de siempre: totalitarismo, franquismo, fascismo, regímenes autoritarios, economía de mercado, clases sociales, transición, monarquías parlamentarias, movimientos estudiantiles, partidos en la clandestinidad. Iglesia. Pedía hechos constatables, datos, números. Y su frase rotunda, de experto sociólogo: 'Eso es lo que hay. Lo tomas o lo dejas' (take it or leave it).


Me llevó varias lecturas el asimilar uno de los estudios pioneros de Juan Linz sobre el siglo XVI y XVII español, 'El papel de los intelectuales'. Vio la luz en Daedulus, la revista de la Academia de Artes y Ciencias Norteamericana. Ya había asentado un nombre en su departamento. Llegó a ocupar la cátedra Sterling, la más distinguida de Yale University. Hijo de un próspero industrial alemán y de madre española, la muerte de su padre en un accidente de automóvil cambió radicalmente su vida. Regresa a España con su madre, estudia Derecho y Ciencias Políticas, y salta becado a Estados Unidos. En Columbia University obtiene el grado de doctor (Ph. D.), pasando a ser parte del claustro del profesorado.


Le llovieron los reconocimientos: Príncipe de Asturias (1997), premio Johan Skyette (1996), que concede la Universidad de Uppsala, equivalente al Nobel, y numerosos nombramientos como Doctor Honoris Causa en prestigiosas universidades. Invitado durante breves períodos a Berkeley, Stanford, Heildelberg, Munich, Florencia. Oslo, y al Instituto de Estudios Avanzados (Princeton), era reconocido como el gran comparatista de los sistemas políticos autoritarios, de talla internacional. Mostraba un dominio de las áreas más diversas. Se había formado a la sombra de grandes figuras: Tocqueville, Marx, Durkheim, Max Weber, y llevaba en su sangre las vicisitudes del país que lo vio nacer (Alemania) y del que adoptó y formó en sus primeros vuelos (España).


De ahí que su concentración fuese en parte 'el caso español'. Sus numerosos ensayos, muchos de ellos en colaboración con Alfred Stepan, su distinguido alumno de Columbia, vieron la luz, traducidos del inglés, a modo de Obras completas, en seis volúmenes, publicados por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionalistas de Madrid. Le precedían, en colaboración con L. Diamond y A. S. Lipset, cuatro enjundiosos volúmenes sobre la sociología del movimiento fascista y la democracia en los países en desarrollo. Un buen número habían sido traducidos al italiano, alemán, francés, japonés, chino, coreano y turco. En su casa era presencia frecuente Jesús de Miguel cuyo hermano, Amando de Miguel, estudió con Linz durante su época en Columbia University, con ensayos en conjunto; también Carlos Alba, Ramiro Cebrián, etc. La mayoría, vueltos a España en los años de la Transición, lograron cátedras o destacados puestos de gestión.


Juan Linz formó toda una escuela con más de sesenta tesis doctorales dirigidas y con alumnos en prestigiosas puestos académicos. Aclamado universalmente fue a modo de una humilde rara avis. Dejó una alargada estela en el país del que se sentía parte y al que le dedicó, fuera de él, su gran labor académica. Trágicas ironías de la historia.


(Parada de Sil)

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