Opinión

MEMORIAS DEL PASADO: REBELDES POR UNA CAUSA

Los departamentos de historia de las universidades del Reino Unido han contado con un distinguido número de investigadores de nuestra historia y cultura. La lista es impresionante al incluir el mundo anglosajón. En Oxford dejó huella el coruñés Salvador de Madariaga cuyo nombre aun resuena en una placa inscrita con su nombre. Y lo mismo John H. Elliott. Su libro sobre el conde-duque de Olivares y sobre la labor colonizadora de España en las Américas son de consulta imprescindible. Sin olvidar los estudios de Henry Kamen, John Lynch y los más recientes de Ian Gibson (irlandés) sobre García Lorca, Dalí y Buñuel. Sobre el mismo período, Guerra Civil, biografía de Franco son imprescindibles las monografías de Hugh Thomas y Paul Preston. Y si bien importantes scholars anglosajones han estudiado con gran pericia y éxito los hitos de nuestro teatro clásico, de Lope de Vega a Calderón de la Barca, escasean los que desde esta orilla han penetrado con el mismo acopio de erudición y de referencias intertextuales, en el complejo mundo del teatro de Shakespeare, o Marlowe, o en la intrincada poesía de John Donne y William Blake..


La reciente monografía de Jeremy Treglown cubre el desarrollo de la cultura española bajo la dictadura franquista. Cultura y memoria (Culture and Memory) son las dos columnas que sostienen a este texto cuyo lector en mente es obviamente anglosajón. Se la endulza con anécdotas que dan pasto a la creación de un espacio mental, a medio camino entre objetividad histórica y el mito. Una de las anécdotas habla por sí sola. El autor acompaña a una mujer al alto de una colina, situada en algún lugar de Extremadura, con el objetivo de encontrar los restos de su abuelo enterrado en una fosa común. En ella fueron arrojados los ajusticiados por el bando Nacionalista durante la Guerra Civil. Un par de años después (verano de 2012), el autor se pone de nuevo en contacto con la misma mujer, pero esta ya no accede a sus ruegos. Acaba de dar a luz a su primer hijo y no quiere hablar del pasado.


Franco's Crypt, que encabeza como título este estudio (La cripta de Franco, latín. crypta, del griego ??u???), es una sugerente y equivoca metáfora: lugar subterráneo en que se acostumbraba enterrar a los muertos; también piso subterráneo destinado al culto en una iglesia. El autor la aplica para mostrar que bajo el régimen franquista, a veces oculta o de forma enmascarada, o un tanto subversiva, se desarrolló una cultura, pese al masivo exilio de intelectuales, artistas y distinguidos académicos. Y en contra de la creencia de que quedó ahogado el impulso creativo de escritores, pintores, actores, escultores y directores de cine. La tesis es clara: la España de Franco no fue un desierto carente de arte.


De ahí que se realce la figura de grandes artistas abstractos: Chillida, Tàpies, Millares, Antonio Saura, Joan Miró. Porque antes que llegara Almodóvar, ya Berlanga hizo historia con ¡Bienvenido Mr. Marshall!, Buñuel con Viridiana, un polémico film que fue denunciado por el Vaticano y prohibido por el Régimen. Y pasados los años, afirma Treglown, las lealtades ideológicas con la dictadura se fueron diluyendo y hasta alterando por parte de un gran número de señalados intelectuales. Un caso claro, Eugenio d'Ors. Del lado del Franco en los primeros años, fundó una academia de crítica de arte que impulsó la carrera artística de un Tàpies y de un Millares.


No es fácil resumir una monografía de poco más de trescientas páginas sobre un complejo período caracterizado no tan solo por los intelectuales y artistas que se quedaron pero también por los muchos que se fueron. Si bien ciertos géneros literarios florecieron, se omiten otros no menos relevantes: arquitectura, teatro, poesía. La Cripta de Franco es válida como metáfora, pero desacertada como premisa histórica. Implica lo oculto, lo escondido, lo marginal, y trivializa la ideología que impone la presencia del Poder. Congela la libre circulación de propuestas y determina una forma de estar, de ser y de creer. Arriesga y hasta diluye el sagrado espacio de la individualidad, a un paso de la consagrada frase de Hannah Harendt, the banality of evil, protagonista estos días de un film que consagra su radiante y compleja personalidad.


(Parada de Sil)

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