Opinión

LA METÁFORA COMO ENFERMEDAD

Están de moda los estudios culturales (Cultural Studies) en los departamentos de humanidades de las grandes universidades norteamericanas. Sobre el texto en cuestión se realza su contexto social, económico, histórico, jurídico, médico. Su literariedad o textualidad, como afirmaría el gran semiólogo ruso Roman Jakobson, queda desplazado a un segundo plano. Estilo, imagen, retórica, enfoque, marco narrativo, focalización, si bien importantes en todo discurso narrativo, poético o dramático, quedan relegados por el contexto que dio voz y sentido al texto, o que originó su escritura. Es como si Don Quijote se leyera como el mejor documento que refleja la crisis económica de la España de finales del siglo XVI. Gastos superfluos, acumulación de deuda, delirio de grandeza, pragmatismo y sentido común en manos de un Sancho vivaz pero analfabeto, reflejan los vaivenes de un imperio en marcada decadencia. Se gasta más de lo que se ingresa. Los intereses sobre la deuda son desorbitados. Terminan en las arcas de los banqueros de Génova y Países Bajos. La poderosa familia de los Függer (Fúcares), de origen alemán, son los vivaces March del período.Tanto los arbitristas como los economistas de Salamanca se rompieron la cabeza dictaminando sobre los desmanes de una economía de consumo y de casi nula producción. Y si el Quijote está empedrado de conceptos económicos (Cervantes pateó buena parte de Andalucía y de Castilla como recaudador de impuestos), un buen número de textos están contextualizados por el discurso económico. Reflejan el status quo: pocas grandes fortunas y una clase empobrecida.


Del mismo modo, el discurso médico condiciona un buen número de textos literarios. Tal es caso de la tuberculosis. Los primeros restos óseos que muestran su existencia datan de unos cinco mil años antes de la era cristiana. Durante la Edad Media y el Renacimiento, la incidencia de la tuberculosis aumenta y desplaza progresivamente a la lepra. Conocida también como consunción, tisis, mal del rey o plaga blanca, alcanzó su máxima extensión en los dos últimos siglos. La coincidencia con el Romanticismo contribuyó a la concepción de la tuberculosis como la enfermedad de los artistas. En un excelente estudio titulado La enfermedad como metáfora, la norteamericana Susan Sontag hace un estudio comparativo entre la manera metafórica de aproximarse a la tuberculosis y al cáncer. Si la tuberculosis se consideró una enfermedad simbólica asociada con la genialidad (causó la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer), con el deseo sexual exacerbado y los poderes de seducción, el cáncer estaba ligado a la idea del cese del deseo, la desexualización y la gravidez demoníaca


Ambas eran consideradas enfermedades de la pasión. El tuberculoso era consumido por el ardor de la fiebre que lo llevaba a la disolución del cuerpo. Como explica Sontag, usar las metáforas propias de la tuberculosis para describir el amor (un amor enfermizo, una pasión que consume) es anterior al Romanticismo. Con los románticos se invierte la imagen y la tuberculosis pasa a ser una enfermedad del amor. Sontag propone un tratamiento de las enfermedades desligado de la metáfora y da numerosos ejemplos de cómo se escribe de dichas enfermedades. La tuberculosis es vista como una enfermedad de la pobreza y de las privaciones. El enfermo lleva vestimentas ralas, cuerpos delgados; habita lugares fríos; tiene mala higiene y comida insuficiente. Se creía que era una enfermedad húmeda y se recomendaba un cambio de ambiente para mejorar la condición del paciente o incluso para curarlo. Los lugares secos, el desierto, las montañas, podrían desalojar la humedad del cuerpo. En dichos lugares se ubicaban los famosos sanatorios para tuberculosos. La tuberculosis se convierte en la enfermedad del viaje psicológico.


Si el paciente viajaba al campo o a un lugar aislado de la ciudad, tenía posibilidades de mejorar o incluso de curarse. Si volvía a la ciudad, estaba destinado a morir. La tuberculosis empezó a desparecer a mediados del siglo XX. Y con ambas se esfumó el mito romántico del genio literario que, tuberculoso, se consumía lentamente. Thomas Mann describió su proceso y síntomas en su magna opera, La montaña mágica (Der Zauberberg). En los Alpes suizos, en Davos, en el sanatorio del doctor Friedrich Jessen, Hans Castorp visita a su primo Joachim Ziemssen, enfermo de tuberculosis. El mismo contrajo la enfermedad. Su recuperación le costó siete duros años. (Parada de Sil)

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