Opinión

MOLDEADO EN BRONCE: CASTELAO

Como si viniera de lejos. De Buenos Aires tal vez. O tal vez de más lejos. Sobre un humilde pedestal, casi a ras de suelo, en espigada silueta, toda bronce, sosteniendo el busto, inclinada la cabeza levemente sobre el hombro izquierdo. Como si viniera de lejos. O tal vez de más lejos: Castelao. Pensando sobre sí mismo, entristecido, ausente. Nombre escrito con tres vocales graves, sordas, rotunda la inicial (a) y las dos finales (a, o). De rostro joven, lentes enmarcadas sobre la nariz, frente despejada, pelo engomado, asomando las puntas de la camisa sobre el jersey cerrado. El brazo izquierdo y la mano descansando sobre el pecho, a la altura del corazón; el brazo derecho caído a lo largo del costado izquierdo, sosteniendo con la mano la forma estilizada de un libro sin abrir. Tal vez el libro de las dudas, o el del desgarro, o el del trasterrado, siempre ausente, en continuo exilio de sus otros (Badajoz, México, Francia, Nueva York, Montevideo), y siempre lejos de sí mismo. Pero Sempre en Galiza, la antología de todo su pensamiento y de parte de su historia. No mira a lo lejos. Tal vez desconsolado ante su propia melancolía, a despecho, contra marea, marcando ideologías, identidades, vivencias de un pueblo siempre a la espalda de su historia, en la trastienda de la marginalidad política y espacial.


Ahí está Castelao, bajando la calle de la Imprenta, en un breve remanso, apenas perceptible, al borde de la rúa Colón, en la parte vieja de la mítica Auria. Como ignorado, dejado de la mano de su propia historia. En solitario. Escultura de Manuel Buciños, realizada en bronce en el año 2001. Da que pensar. Nadie se detiene ante ella. Pregunté a unos diez viandantes sobre la identidad de dicha escultura. Ninguno acertó a identificar al señero teórico de la identidad de la 'patria' gallega. Contrasta con la pequeña estatua de Castelao que difundió comercialmente la fábrica de Sargadelos, estilizada, camisa blanca, frac, pajarita, pose de caminante, gruesos espejuelos, pluma entre los dedos, rostro rumiando, en su lento y abstraído andar, sus imaginarias utopías sociales y políticas. Elegante, fino, ascético. Semeja la erguida escultura de ese otro gallego universal, don José María del Valle-Inclán, sobre sus pasos en el madrileño Paseo de Recoletos. Valle-Inclán está en su centro: en el lugar que le pertenece. Gallego universal por los cuatro costados. Testigo del trasiego humano que discurre a su lado, con sus manías y sus descalabros.


La mítica Auria ha relegado a Castelao a un espacio sin nombre, apenas perceptible, sin amplitud espacial. Muy al contrario de la bien trajeada escultura dedicada a Eduardo Blanco Amor. Preside una plaza, no muy lejos de las dos grandes instituciones que abanderan el Poder: el Palacio episcopal y el Pazo de la Diputación, presentes en su gran relato de A Esmorga.


Hay estatuas fulgurantes, erguidas majestuosamente, en caballos; otras asentadas en amplios podios, mostrando su voluptuosa humanidad; otras a pie de tierra, apenas perceptibles, ignoradas. Unas presiden el panteón de hombres ilustres, otras espacios marginales. A unas la historia le hace justicia; a otras la injusticia les hace historia. A Lamas Carvajal se le identifica con una placa en el lugar de nacimiento; a Vicente Risco ante el edificio que fue por años la Escuela Normal de Magisterio; a Otero Pedrayo en uno de los extremos de la Praza do Correxidor. Impresiona la estatua de Pablo Serrano a Miguel de Unamuno, ubicada en la calle Bordadores, junto al ábside de las Úrsulas, en Salamanca, no muy lejos de su casa. Llena de pliegues y repliegues, enigmático, a modo de gran pelícano oteando su devenir, agujerado por sus dudas y por su mortalidad.


Caricaturista, médico, articulista, teórico nacionalista, diputado a la Cortes Constitucionales de la Segunda República, propulsor del Estatuto de Autonomía de Galicia, Castelao fue el gran memorialista de la Galicia rural: pobres, caciques, ciegos, desamparados, a modo de los grotescos grabados negros de Goya; caricaturas de dulce y agrio humor. Realismo grotesco e hilarante, que invita al dolor y a la carcajada, a la risa y a la lágrima: Castelao.


(Parada de Sil)

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