Opinión

LAS NARRATIVAS DEL IMPERIO YANQUI

En la plataforma política del partido demócrata que, ya aprobada, se presentó en la convención de este partido, en Charlotte, se habían omitido (un mero descuido técnico, se dijo), la presencia de la palabra Dios (God), y que la capital de Israel (un álgido punto a tener en cuenta en las posibles y futuras negociaciones entre Israel y Palestina), es Jerusalén. Actualmente, Tel Aviv. Se sometió a debate la inclusión y, a trancas y barrancas, se logró un tercio de votos a favor. La metáfora funciona: Dios e Israel de la mano, y a modo de contrapunto y destino. O sea, Religión y Política: dos de los pilares que sostienen la narrativa del imperio yanqui. América, la tierra de las señeras utopías, se traza a modo de la nueva Jerusalén bíblica en donde el bienestar y la bonanza están al alcance de aquellos que, con esfuerzo y tesón (se repica una y otra vez), logran la meta propuesta. Y es la tierra bendecida por Dios (dicen), ya escogida desde su fundación como ejemplo, faro y guía moral para el resto de los pueblos que habitan el lugar llamado Tierra.


Las varias fuerzas políticas se enfrentan en estas semanas previas a las elecciones presidenciales recurriendo con frecuencia al discurso bíblico. Una rara amalgama de narrativas que combina riqueza individual y caridad hacia el más necesitado. El colofón de cada perorata política lo cierra el orador en turno, con los brazos en alto, agitados, y un ¡God bless America! (Dios bendiga a América). Sorprende el que se abogue en la defensa de los derechos humanos y se acuse a las naciones que los ultrajan (Cuba, Corea del Norte, Irán), pero a la vez se ignoren los abusos en las cárceles de Guantánamo, en Abu Ghraib (Iraq), o la falta de respeto hacia los textos sagrados de otras religiones (el Corán), a manos de alocados soldados norteamericanos o de fanáticos ultraconservadores con aires apocalípticos y triunfalistas. La rectitud moral que abogan, la eficiencia en la aplicación de la justicia, el juego limpio partidista, equitativo y equilibrado, se diluye en la propaganda política de cada partido.


Cada cuatro años se reescriben los mitos del imperio yanqui. Por el lado republicano, individualismo, derecho constitucional a poseer armas, limitación del estado en la promulgación de leyes y deberes. Libres. Por el lado demócrata, dependencia que conlleva el vivir en comunidad, pendientes unos y otros del bien común y del propio. El camino hacia esa Jerusalén mítica se hace o bien en soledad (republicanos), o bien apoyados en la mano solidaria. Las anchas llanuras del centro del país fueron cruzadas por toscas y rudas carretas cargadas de enseres domésticos y de emigrantes empobrecidos procedentes de Europa, en busca de nuevas tierras donde asentarse: del Este al Oeste. Para los republicanos, el largo éxodo fue a modo de una gran maratón: el más listo el que más pronto llegue y posea su latifundio. Para los demócratas, aquellos lejanos ancestros cruzaron los grandes praderas en comunidad. El mito del self-made man republicano contrasta radicalmente con quien logra sus metas con la ayuda de excelentes escuelas, formación universitaria, programas de entrenamiento en las nuevas tecnologías. La frase favorita, sacada del discurso deportivo, level playing field, asocia el campo deportivo, nivelado en ambos lados, sin ventaja para uno de los equipos enfrentados, con el político y social. Se cita al lejano presidente Franklin D. Roosevelt quien, en 1933, sacó al país de una larga y dura recesión con su programa The New Deal.


Y sorprenden las proclamas políticas de los fervorosos católicos al frente de Paul Ryan, el candidato a la vicepresidencia del país por el partido republicano. Se proclama católico sin reservas. Defiende a ultranza el derecho a la vida; propone el recorte de la cobertura médica y, sobre todo, la rebaja de impuestos, favoreciendo a las grandes fortunas y a las multinacionales en disfavor de una clase media cada vez más empobrecida. El gigantesco déficit y el alto desempleo (8,1) es el telón de Aquiles de la administración de Barak Obama. Capitalismo y compasión bíblica apenas se dan la mano. América decidirá de nuevo, en las próximas elecciones, el equilibrio entre libertad, equidad, derechos individuales, límites de responsabilidad del Estado, bienestar para unos o beneficios sociales para todos. (Parada de Sil)

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