Opinión

NUNCA LLEGUÉ A TORONTO

Estuve a punto de llegar a Toronto hace años desde la capital de Canadá, Ottawa. Un fuerte temporal de nieve y viento me obligó a desistir. Pospuse la visita para mejor ocasión, pero nunca se cumplió. Me movía la excelencia de su gran universidad, pionera en muchas materias del saber, su excelente biblioteca y no menos su editorial universitaria, con publicaciones de prestigio y renombre internacional. Toronto es una ciudad limpia, europea, con una población sumamente culta, bien informada, cordial. El inglés es su lingua franca, no lejos de Montreal, donde en su universidad lo es el francés. Pero el bilingüismo se ha impuesto como norma. Me movía visitar Toronto el encontrarme con viejos amigos. Los recuerdo a todos. Mirta Comandone, argentina, de origen italiano, había elogiado con entusiasmo la poesía de la ourensana Pura Vázquez, y escrito acertados comentarios sobre ella; el profesor Leonard P. Harvey dedicó páginas ilustres a la España musulmana. Y en mente el gran crítico Nortroph Frye y sus originales lecturas de los relatos bíblicos, géneros literarios y raigambre mítica.


De las nueve a la mañana a las cinco de la tarde (From nine to five) como la famosa canción de Dolly Parton, que hizo célebre la película del mismo título, con Jane Fonda y Lily Tomin como protagonistas, aquellos Siete Sabios (como los afamados de Grecia), llegaban a su amplio estudio, con alargados ventanales que daban al patio interior de la Sterling Library, la mágica biblioteca que consagró Borges en una breve referencia (Yale University), para proseguir con gran minucia de detalles y esmero la anotación a los comentarios de santo Tomás de Aquino a la Metafísica de Aristóteles. La Sterling Library de Yale era uno de los cuatro centros que administraba la Comisión Leonina. Durante diez años acogió a un grupo de destacados eruditos (entre ellos cuatro frailes dominicos españoles), algunos de ellos procedente del prestigioso Instituto Pontificio de Estudios Medievales de la Universidad de Toronto.


De aquellas andaba a vueltas con mi tesis doctoral. Había logrado la asignación de un cubículo en la biblioteca de Yale donde mantenía libros de referencia y consumía mañanas y tardes consultando textos, emborronando páginas, anotando bibliografías. En los breves descansos, el despacho que ocupaba la Comisión Leonina era mi punto de referencia. Eran todos amigos, entre ellos Maxi del Pozo quien, desde una aldea al lado de La Bañeza, saltó al Angelicum de Roma, doctorándose en estudios medievales. Llevaba un par de años asignado a la Comisión Leonina. Fraile devoto, hábil en griego y en latín, buen lector de manuscritos medievales, ducho en la Metafísica de Aristóteles, formó parte del equipo durante una larga década. Un tumor cerebral se lo llevó a los cuarenta años. Aprendí de ellos el tesón, la constancia, el trabajo diario y, sobre todo, el rigor académico. Leyendo aquellos textos, en oscuros manuscritos, había que hilar muy fino. Duchos en ecdótica medieval, sobre todo en manuscritos e impresos, ansiosos viajeros por los Studium monacales, algunos formaba parte del claustro de profesores de la Universidad de Toronto.


En 1879 el Papa León XIII había sentado las bases para una edición crítica, rigurosa, de la Opera Magna de santo Tomás Aquino, con el objetivo ac disseminetur Angelici Doctoris Sapientia. Las ediciones previas (Parma, 25 volúmenes, y Vivés, 34), que vieron la luz entre 1852-3 y 1871-2, tenían dos graves deficiencias: mediocre impresión y estar incompletas. La nueva debía remediar tales carencias y, sobre todo, tener en cuenta la inclusión de nuevos manuscritos y de llevar a cabo una rigurosa enmienda (accurateque emendata) de las versiones previas.


Ediciones ejemplares han ido viendo la luz, ya conocidas como la edición leonina de los numerosos escritos del fraile dominico. Presentan el texto original tal como salió, en latín, incluyendo en su aparato crítico extensas notas a pie de página y una rigurosa anotación de las múltiples variantes presentes en destacados grupos de manuscritos. Pero no pude llegar a Toronto para recobrar viejas memorias. (Parada de Sil)

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