Opinión

EN EL PAÍS DE LAS GANGAS

Yo una vez viví en el país de las gangas. Viví muchos años en el país de las gangas. Desde la llegada de la primavera hasta la entrado del otoño, en los fines de semana, aparecían en mi barrio anuncios fijados en los árboles, en los postes de teléfono, en los parabrisas de los autos, hojas volantes, que anunciaban una cercana Yard Sale, o Garden Sale o Tag Sale. Indicaban hora, calle y número de la casa. Mercadillos domésticos, de puertas afuera, situados en el garaje trasero o al lado de la casa, sobre el césped del jardincillo o sobre la acera. Con frecuencia un día señalado del verano la vecindad sacaba de sus casas lo que le sobraba o no era necesario. La concurrencia se movía de un lugar a otro en busca de sorprendentes gangas. El trajín era continuo hasta pasado el medio día. Los primeros, los más agraciados.


Tales ventas están arraigas en la idiosincrasia mercantilista del norteamericano. Todo se vende y todo tiene un precio. Las casas, con sus frágiles cercas de madera blanca, sus entradas bordeadas por un suave césped, sacan de su interior, a modo de catarsis post-consumista, todo aquello sin uso: vajillas, platos y cucharas, cuchillos y utensilios de cocina, radios y televisores, estéreos y altavoces, ropa de hombre y de mujer (zapatos, abrigos, pantalones, camisas, chaquetas, faldas, blusas); variedad de bisutería, relojes, cuadros y, aún más, libros. En cajas, tirados sobres las mesas en las que se coloca la mercancía, ya leídos, ediciones agotadas de los clásicos, que la abuela usó en la Universidad y terminaron amontonados sin orden en el ático.


La dueña chalanea con sus clientes la venta de su mundo de desperdicios. El precio fijado a veces se queda en la mitad. Unos catalejos en cincuenta centavos, un transistor en un dólar, la máquina de escribir Royal o Underwood, de los años veinte, en perfecto estado, en dos, la alfombra traída de México, de lana, hecha a mano, con variados dibujos de múltiples colores, en diez. A veces el pueblo acuerda (así en el estado de Vermont) hacer un mercadillo comunitario. Un gran número de casas sitúan sus residuos sobre alargadas mesas, al lado de la acera, o sobre el césped de la entrada. Toda una mañana de jolgorio mercantil a la caza de la mejor ganga. Sorprendente es que lo valorado en un dólar resulta ser una antigüedad ignorada. Hay casos ejemplares. Tal puede ser el caso de la joven universitaria que en los años treinta o cuarenta se especializó en literatura española. Que su profesor hizo un pedido de los libros requeridos para su curso a través de la librería de la universidad. Llegaron las primeras ediciones de La vida de Pascual Duarte de Camilo José Cela, el Romancero gitano de García Lorca, o Nada de Carmen Laforet. Pasaron los años, amontonados en cajas en el ático, aparecen de manos de los dueña, ya entrada en años, nieta de la joven universitaria, ya fallecida. Son primeras ediciones agotadas y raras. Su valor en el país de origen se acercaría a los cien dólares. Se marcan a veinticinco centavos. ¡Una ganga!


Abunda las herramientas. Taladros Black and Deck por cinto dólares, sierras, llaves inglesas de múltiples tamaños, lámparas, mesas, sillas, estanterías, baúles, maletas y hasta equipos de esquiar o de jugar al golf. Y una gran variedad de cuchillerías. Regalos sin abrir, cafeteras sin usar. Lo que más sorprende al ajeno a esta cultura mercantil es la venta de ropa interior, alguna de ella sin usar, fruto de un regalo navideño o de un cumpleaños. Baratijas a saldo. Chaquetas de invierno, gruesas zamarras, zapatos de montaña, bicicletas casi nuevas.


No tan solo delante de una casa; a veces aparece el signo de Yard Sale a lo largo de una carretera, a la vuelta de una curva, al lado de una cuneta, en el cruce de dos carreteras, en un recodo. A veces el anuncio 'Llévenlo gratis' (Take it Free). El frenado es obligatorio y no menos la marcha atrás. Las grandes tiendas con el nombre The Good Will (La buena voluntad) son frecuentes en cada villa o pequeña ciudad.


Organizaciones religiosas una vez al año anuncian ventas masivas movidas por una causa benéfica. La afluencia de público es continua. La virtud de dar es más grata que el deseo de recibir; el altruismo ayuda a despojarse de la cegada manía del todo para mí. Filantropía en estado puro: la gran donación anónima, callada, silenciosa. (Parada de Sil).

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