Opinión

PAISAJES DE ALDEA: AYER ESTUVE EN CERREDA

Cerreda está como suspendida al borde del cañón del Sil, en una breve planicie, entre riachuelos y leves colinas, que se inicia en el cercano Vilouxe y llega hasta Vilar de Cerreda. No tiene acceso al Sil, ni ribera de viñedos, ni caminos descendentes, ni esbeltos miradores, ni una detallada panorámica sobre las grisáceas rocas en vertical caída sobre el embalsado río. Al otro lado una breve panorámica del valle de Lemos, pinares, y barbacana arriba, sumida entre grandes sotos de castaños, el lejano cenobio románico de Santa Cristina: A Cerreda se llega por una sinuosa carretera que enlaza Parada de Sil con Luintra y con el mágico parador de San Estevo, envuelto en un murmullo de ancestrales rezos monacales. La carretera apenas bordea la que fue una de las aldeas más pobladas del concello de Nogueira de Ramuín. Luintra es su centro. Años ha contaba con unos trescientos habitantes, hoy apenas una minucia de personas ancianas. Aumenta la población en los meses de verano, y ya entrado el otoño, de nuevo Cerreda solitaria. Un puñado de vecinos llegan los fines de semana para abrir ventanas y cerrarlas de nuevo al día siguiente. Cerreda es a modo de un pequeño microcosmos de la vida primitiva, aldeana, ya fugaz, con sus logros y fracasos, éxitos y desarraigadas emigraciones.


Sobre un banco una anciana, charlatana, habladora, cercana a los noventa años, su hija llegada de Ourense el fin de semana, ya rondando los sesenta, y una vecina asentada en la aldea de menor edad. Tres generaciones sobre una banqueta de madera, un domingo de tarde, bajo el alero de una casa construida a base de maciza piedra de perpiaño, bien cintada, robusta, con una galería sobre el borde de una calleja. Y en el fondo del poblado, la iglesia sin atractivos artísticos ni cementerio que la bordee. Fue trasladado a la cercana Albergaría, y en su lugar se erigió la iglesia en la primera veintena del pasado siglo. Piedra gris, esbelto campanario, sin ningún detalle artístico o arquitectónico digno de mencionar. Más allá, un camino de ruedas de carro, castaños, diminutas fincas sin labrar, algún manzano descuidado, aterido con su carga ya media podrida, fofa; apenas maizales, abrojos y malezas que bordean la gran caída sobre el Sil.


Cerreda como Vilouxe están en el límite, entre el profundo río y la empinada montaña, lejos del concello al que pertenecen (Nogueira) y más cercanas a Parada de Sil. Arropada al borde de la montaña, sin salida por el río, sin una fértil ribera, disfrutó de una alta natalidad, pese a sus limitadas fuentes de riqueza (economía de subsistencia) en el pasado siglo. Cerreda emigró a la desesperada. Se desperdigó por el centro de Europa, Suiza sobre todo; apenas cruzó el Atlántico (Cuba), y pateó la meseta castellana con afiladores, quincalleiros, cerralleiros, mulateros, triperos, heladeros, pimentoneros, moviéndose desde Astorga a la zona de Plasencia, de Consuegra (Toledo), a las planicies de La Mancha y a la cuenca minera asturiana. Inteligentes, emprendedores, algunos amasaron medianas fortunas. Otros ganaron y perdieron. Los menos, entretuvieron su vejez, ya viudos, con risueñas caribeñas que los dejaron al desaire, con poca gloria y mucha pena. Tal comenta pícaramente una de nuestras interlocutoras


Llegué a Cerreda en busca también de la casa natal de don Camilo Andrade, tan presente en aquellas lejanas generaciones de maestros de escuela (yo lo fui), y de la casa de la esposa de Eduardo Barreiros (Dorinda), gran emprendedor que revivió la industria automovilística del país y el rutinario transporte de viajeros entre Ourense y Parada de Sil. Semivacía, volteada por los aires de un país ya moderno, superada la pobreza y el desarraigo ancestral, Cerreda se va recogiendo sobre sí misma, emigrada, desposeída, poco a poco desmemoriada de su pasado.


Viva antropología social de lo que ya no es. Las tres mujeres sentadas sobre un banco de madera, ese domingo al atardecer, en avivada conversación, eran los mejores testimonios de lo que Cerrada fue y ya nunca volverá a ser: ejemplar minimalismo en estado puro. (Parada de Sil.)

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