Opinión

PAISAJES DE ALDEA

De vuelta. Siempre a la misma casa. A la casa de esa aldea universal, que es la memoria herida por rasgados jirones, las caras de los no presentes. Se fueron sin apenas biografías o retazos autobiográficos o esquelas mortuorias. Tan solo recordados por una escritura, apenas elegía, eco sin eco. Los recuerdo caminando, tropezando con las piedras, arando las lareiras ya baldías, llenas de tojos y yerbajos, las paredes caídas, los mojones y lindes derribadas, al traspiés. Recién llegado hago siempre el mismo recorrido. Los pasos de la niñez: o rapaciño de Sardela. La fuente apenas tiene agua, y el silencio cunde por todas las esquinas. Apenas ladra el perro y los gatos huyen ante los pasos del desconocido. Aquella fue mi aldea: un grito de alegría llegada la fiesta de san Ramón. Cada uno volvía a su casa; abría sus puertas, aireaba las habitaciones húmedas, las ventanas de par en par, tendidas las sábanas para solearlas. Nos veíamos, nos saludábamos para otra vez de vuelta. Siempre a medio camino entre llegadas y despedidas. Así en el filo de la vida, para una última partida. Lo dejó grabado en letras de oro el gran soneto de Lope, 'Ir y quedarse, y con quedar, partirse', que incluye en las 'Rimas' (Madrid, 1602).


Los paisajes de esa aldea de la Ribeira Sacra incitan a estar de vuelta. A veces mentalmente. A oír el agua desbordada caminando la pasarela que orillea el río Mao, las bruscas rocas labradas por la tumultuosa agua que salta precipitada o se amansa en un recodo para caer de nuevo sobre el vacío oculto. El pie humano se humilla ante la belleza de una naturaleza erguida sobre aguas milenarias. Al borde de una aguda pendiente, sembrada de robustos castaños, entre dos regatos de tumultuosas aguas llegadas las invernadas y la lluviosa y gris primavera, dos viejos molinos, uno de centeno, otro de maíz, situadas en una aldea ya silenciada, Entrambosrríos, cuyo topónimo recoge y describe su ubicación. A ellos llegaban las cargadas caballerías con el grano, y después de horas de espera, ajustada la maquila, regresaban pendiente arriba, jadeando, a la casa para peneirar la molienda y dejar lista la harina para la hornada quincenal. Abundaban los molinos en esta zona de la Ribeira Sacra. Se podría trazar una ruta, restaurar sus caminos, canalizar sus aguas, reemplazar las turbinas y volver a oír el traqueteo de las piedras triturando los granos y ajustando la calidad de la molienda: fina, gruesa, mediana. Y el agua chapoteando sobre las aspas con furiosa monotonía.


A modo de nido de águila, allá en lo alto, sobre el viejo cenobio de San Adrián, un lejano cenobio convertido en bodegas, la vistosa aldea de san Lorenzo, y aún más arriba, subiendo por un sendero al borde de una abrupta ladera (Cañon del Mao, Val de Forcas), las tumbas antropomórficas y el espacio arqueológico, restos tal vez de un poblado, de una capilla, vestigios, monedas, huesos de lo que pudo ser un asentamiento allá por el alto medioevo. O tal vez mucho más temprano. Tiempos de Enrique II de Castilla, cabeza de la dinastía de los Trastámara, al que sucede en segunda generación Enrique IV, el Impotente, que hizo historia con su hija apodada la Beltraneja y se enfrentó con su hermana, la dama nacida en Madrigal de las Altas Torres. La reina Isabel hizo de Castilla el gran bastión por tierras allende el mar. Hay que contemplar, humillados, en amplia semicircunferencia, el abismal paisaje desde el alto de esta necrópolis de san Vitor: precipitadas laderas, picos, altozanos, riscos, bancales que se doblan y repiten hacia el pausado río Sil. Tierras de Barxacova, ya apenas sin vecinos, dormida en el tumulto de las aguas precipitadas del Mao.


¿Cómo, cuándo, de qué manera, quiénes poblaron siglos ha estas tierras? ¿Quién o quiénes ocuparon estas tumbas labradas en dura piedra, ajustadas al cuerpo del difunto? Aterra el vértigo y asombra tanta naturaleza sublimada de verde estival. El descenso por la pasarela del Mao, mágica, impactante, contrasta con el ascenso a la necrópolis de San Vitor que, a modo de nido de águila, contrasta el profundo caer del agua con la altura, sublimada, estática, yacente, depósito de huellas centenarias. (Parada de Sil.)

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