Opinión

PENSANDO EN MIS COSAS

Caminas distraído, pateando esta ciudad de Ourense después de casi medio siglo de ausencias. Cuarenta y dos años exactamente. Y vas reconociendo, casi sin querer, las viejas callejas en torno a la catedral, camino del Puente por la vía del tren; años después, el tren que te llevó a Venecia para asistir como ponente al Sexto Congreso Internacional de Hispanistas. Allí estaban todos los grandes de la romanística pan-europea. Y años después, en el mismo tren, y desde la misma estación, camino de Berlín, a otro congreso de la misma asociación, con el sangriento muro dividiendo la ciudad en dos mitades, y los autobuses cargados de hispanistas cruzando la Charlie Gate hacia la parte Este, en visita organizada a la impresionante biblioteca Herzog August, situada en Wolfenbütler. Entrega de pasaportes en la puerta de entrada a la zona Este; dos o tres horas de espera dentro del autobús esperando la minuciosa comprobación de las fotos, identificando las caras con las del pasaporte, una a una, e inspeccionando con un gran espejo sobre pequeñas ruedas de que nadie iría colgado en los chasis de los autobuses.


Caminas y sigues pensando en tus cosas. En aquellos años en que asistías como estudiante graduado a la prestigiosa Yale University, y tu presencia en varios de los seminarios sobre literatura norteamericana del siglo XIX en donde Harold Bloom, años después convertido en el gran gurú del canon de la literatura de Occidente, se emocionaba deletreando con minucia unos versos de gran vate Walt Whitman; sus gestos rabínicos, sus agitadas manos, sus intrigantes preguntas, su teoría, aun en ciernes, sobre la ansiedad de influencias. Los grandes poetas leen a sus otros para imitarlos y a su vez enmascarar subrepticiamente lo leído. Y te sorprende que a sus noventa años, se esté ahora haciendo célebre en esta España celtibérica, y se presente uno de sus libro (The Anxiety of Influence), ya pasados los treinta años, posiblemente en problemática traducción del inglés, como uno de los hitos de la crítica actual. Y esto pese a que han pasado tres décadas desde su publicación. Y te molesta tal desidia intelectual, a la zaga, recogiendo los frutos tardíos, tiempo ha cosechados por otros. Tal observó el gran don Ramón Menéndez Pidal.


Caminas y sigues pensando en tus cosas. En aquel ilustre estudioso de las religiones (Jaroslav Pelikan), ya entrado en los ochenta años, que bajaba pedaleando por Prospect Street, y todos los días, muy de mañana, se encerraba en su cubículo de la Sterling Library (Yale), e ilustraba al mundo académico con sus brillantes estudios sobre el Cristianismo y la cultura clásica, la Reforma y las corrientes religiosas del Renacimiento europeo. Y cómo dio a la luz en cinco enjundiosos volúmenes su Historia de la tradición cristiana. Tan humilde, accesible y humano; tan lleno de sabiduría. Sin asumir importancia pese a la cátedra de Sterling Professor que ocupaba, única en su departamento.


Entre aquellos humanistas, dedicados a la investigación y al estudio, el sencillo Louis Martz quien, en su libro sobre la Poesía de la meditación (The Poetry of Meditation), te abrió los ojos sobre la masiva presencia de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola en los poetas metafísicos del Barroco inglés. El más destacado John Donne, y por ende en los líricos españoles del siglo XVII. Tal presencia la han negado cerrilmente, frente a la obviedad y a la evidencia textual, los especialistas atrincherados en los pequeños feudos de ese tu país. Aconsejaba el fundador de la Compañía en sus Ejercicios asumir mental e imaginativamente una composición de lugar en el momento de considerar, por ejemplo, la escena bíblica del lavatorio de pies.


Aconsejaba que 'con vista imaginativa ver el camino desde Nazaret a Belén, considerando la longura, la anchura, y si por llano o si por valles o cuestas sea el tal camino; asimismo mirando el lugar del nacimiento, cuán grande, cuán pequeño, cuán bajo, cuán alto y cómo estaba aparejado . . . Mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed de calor y de frío, de injurias y de afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mi . . .'.


Todo esto en este caminar, aún distraído, absorto, por una de las naves de la magnífica catedral ourensana. (Parada de Sil)


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