Opinión

LO PEOR DE LA NIEBLA ES LA NIEBLA

Hoy me levanté con niebla. Densa, espesa, dominante. Todo cambia: las formas humanas arrugadas, caminando encogidas, con el rostro doliente por la brisa matinal. Los edificios esconden sus volúmenes y se visten de un gris sobre gris. Los hojas tenues de los árboles apenas se mueven, ateridas bajo la dominante capa de tanta humedad condensada. La niebla no altera el fluir caudaloso del Miño, que se desliza bajo los puentes siguiendo su rumbo milenario. Los arcos y torres de la catedral se esfuman entre la densa espesura de la densa niebla. Sus campanas suenas más graves y rotundas. El sonido se abre paso, como a empujones, golpeando y resonando entre el espesor de unas cornisas congeladas. Las siluetas de las figuras humanas, apenas perceptibles sus rostros, se alejan levemente como bultos que al final dan en puntos negros, finalmente en húmeda sombra, alejada. Patear la noble ciudad de Auria, más allá de la Catedral, hacia el Jardín del Posío, caída la noche, levemente iluminada con escuálidas farolas, es como ir leyendo bajo la niebla un clásico y denso poema, pleno de mortecina historia: gris de piedra, fachadas y esquinas, recoletas plazuelas y arcos; luz grisácea, oculta entre sombras, mortecina, acallada. O es como ir ideando, entre la espesa bruma, el frágil fluir de nuestra existencia. Tal vez sean la lluvia y la niebla los elementos atmosféricos más íntimamente asociados con el devenir de la existencia humana.


Su simbolismo es múltiple, universal. Se puede asociar con la niebla mental; es decir, ideológica, política y hasta existencial. Con la historia de las mentalidades, con el proceso liberador de un país y hasta con la duda, el escepticismo, la incredulidad. Ya el renombrado Gastón Bachelard (The Poetics of Space) afirmaba que nada es 'evidente, que nada es dado, que todo es construido'. Es decir, el espacio y el tiempo (una ciudad bajo una densa niebla) convocan una obvia asociación psicológica y humana, relacionada tal vez con una forma de ser, de sentirse, de pensar y actuar. Un día sombrío se yuxtapone a una alegre forma de sentirse; por el contrario un día pleno de luz y sol se enmarca en contraposición al sentirse decaído, melancólico, desganado. Articula algunos famosos relatos. Los de Charles Dickens se desarrollan en días de niebla, sombríos, fríos, en pleno otoño o ya sumidos en el invierno. Tiempo gris asocia conducta tortuosa, tal como se revela en su novela Bleack House. La niebla funciona a modo de claustrofobia física y mental, creando un sentimiento de opresión, de resistencia, de quietud.


La peor niebla, extendiendo su simbolismo, es la que envuelve o cubre la conciencia humana; el no distinguir o diferenciar el bien obrar frente al pernicioso actuar. Cargada de angustia existencial (un remedo del preclaro enunciado del Hamlet de Shakespeare, 'Be or not to be'), Miguel de Unamuno asocia en su novela (o nivola) Niebla uno de sus más destacados simbolismos: 'Y la vida es esto, la niebla'. Y en monólogo con su perro, de nombre Orfeo, Augusto Pérez, su personaje central, observa: 'Caminamos, Orfeo mío, por una selva enmarañada y bravía, sin senderos. El sendero nos lo hacemos con los pies según caminamos a la ventura', en acertado eco de los versos de Antonio Machado, colega de generación: 'Caminante son tus huellas / el camino y nada más', incluido en Campos de Castilla.


Al mediodía empieza a despuntar sobre Auria, en breves y sinuosas ráfagas de luz, un sol tímido, titubeante. La niebla lentamente se va deshilando rasgada por mechones de luz. El verdor de los montes aledaños empieza a resplandecer desnudos ya de sombras. Por el cauce del río Miño la niebla aún sigue amontonada, en feroz contienda, con la luz que la penetra, abrazada al agua que la sostiene. Pasarán las horas y llegada la media tarde ya nada queda de la densa niebla. Erguidas las frentes, el caminar es de nuevo ágil, nervioso, insistente. Todo se distingue ya en plena luz. El silencio de los transeúntes se desplaza por la conversación relajada, entretenida, ya sin prisas.


La alegoría es obvia: la niebla es física y también espiritual; un camino hacia la interioridad y una forma de ir desmadejando inquietudes y pesares. Es también el penoso estado del desterrado político, vapuleado por la opinión pública, cegado por la avaricia o refugiado bajo las densas nieblas del Poder.


(Parada de Sil)

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