Opinión

Quedando cojo

El hispanismo norteamericano se está quedando cojo. Era uno de los grupos más destacables en los congresos de la Asociación Internacional de Hispanistas, fundada hace ya unos cincuenta años. Nació en el nublado Oxford, y ha ido congregando a sus afiliados en memorables congresos dispersos por el mundo del hispanismo transatlántico: de Venecia a Berlín, de Birmingham a Toronto, de Salamanca y Barcelona a París, Roma y Buenos Aires. Como tesorero, como vicepresidente y como asiduo asistente, seguía de cerca las conferencias plenarias, siempre a cargo de brillantes académicos. La mímica y avasalladora gesticulación de unos (Maurice Molho) contrastaba con la postura hierática, inamovible de otros. En mente al gran especialista en Calderón (Don W. Cruickshank) y la dulce y meliflua voz de Margit Frenk en la húmeda Venecia.

Ya suben de los cuarenta millones el número de hablantes de español en Estados Unidos. La masiva presencia de latinoamericanos ha inclinado la balanza de los departamentos de Filología española hacia su cultura, literatura, historia, tanto a nivel de grado como de posgrado. El gran número de universidades de primera fila, una gran población estudiantil interesada en la aprendizaje del español como segunda lengua, y el hecho de que un buen número de universidades obliguen a que sus estudiantes cubran sus requisitos con dos años de estudio de una lengua extranjera antes de licenciarse, ha intensificado le necesidad de que el español sea una lengua sine qua non. Como debiera ser el inglés en nuestro país. Pero si es verdad el acertado verso “no dejemos que el tiempo muera en nuestros brazos”, tomado de la clásica Epístola moral a Fabio, ya se cuentan con los dedos los insignes españoles que abanderan tales departamentos. La presencia de lo hispanoamericano ya es masiva.

De los más ilustres hispanistas, aunque ya jubilados, en mente Gonzalo Sobejano (Columbia University), Manuel Durán (Yale), Javier Herrero (Universidad de Virginia), Ciriaco Morón Arroyo (Cornell) y pocos más. Atrás quedan aquellos departamentos encabezados por ilustres españoles, muchos de años exiliados a partir de la Guerra Civil: Américo Castro y Vicente Llorens en Princeton; Joan Corominas en Chicago; Ferrater Mora en Bryn Mawer College; A. Rodríguez Moñino en Berkeley, Ricardo Gullón en Texas; Francisco Ayala en Nueva York, et alii. Con la muerte reciente de Carlos Blanco Aguinaga desaparece definitivamente, en palabras de Jon Juaristi, el hispanismo en el exilio. Hijo del cónsul de la República en Hendaya, pasó a México, en Harvard estudió bajo el insigne Amado Alonso (otro exiliado), y pronto se destacó con una tesis sobre el Unamuno teórico del lenguaje (El Unamuno contemplativo). Se codeó en la Johns Hopkins con Leo Spitzer y Pedro Salinas y fue uno de los historiadores marxistas más señalados. Con su muerte el hispanismo norteamericano ha perdido a uno de sus más destacados representantes. Y no menos con la muerte de Antonio Regalado. Hijo de profesor republicano, el salto obligado de la familia fue de Santo Domingo y Cuba a Boston. Estudiante brillante en Harvard, doctorado por Yale, con libros sobre Galdós, Unamuno y Ortega y Gasset, su estudio sobre Calderón y los orígenes de la modernidad en el Siglo de Oro, en dos enjundiosos volúmenes, es un hito difícil de superar. Simplemente abrumador.

No menos destacable (last but not the least) Francisco Márquez Villanueva, que saltó de la Universidad de Sevilla a Estados Unidos, y después de pasar por varios centros universitarios recabó en Harvard. Durante una veintena de años se erigió en vocero de la presencia innegable de judíos conversos (cristianos nuevos), moros y turcos en la España medieval y renacentista, en contra de viento y marea. No menos destacable sus estudios sobre Cervantes, La Celestina, El Burlador de Sevilla y hasta su detallada y extensa monografía, apenas percibida por la crítica, Santiago: historia de un mito. Lo traté con frecuencia como cercano colega y como buen amigo. En varias ocasiones fui parte del comité de la defensa de varias tesis doctorales que dirigía.

Salvando distancias y diferencias, fueron voceros, allende los mares, de una gran cultura.

(Parada de Sil)

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