Opinión

LA RAMA DORADA: SANTA CRISTINA PARA PACO MAGIDE

Una ventanilla allá en lo alto, sobre el ábside de la joya románica de Santa Cristina, cercana a la techumbre, sin marco ni cristal, dejaba ver un cielo azul nocturno, claro, y la rama de un castaño que lentamente se movía. La luna estaba en su pleno apogeo. La oscura y mimosa castaña, arropada en el interior de sus agresivos erizos, empezaba a gotear alrededor del recinto. Abajo, sobre el altar, un coro resonaba ahuecado en el recinto románico. Al filo de la media tarde, la iglesia del Mosteiro estaba a tope. El concierto anunciaba un singular viaje: del Codex Calistinus a la exaltación del vino. Tenores y sopranos fueron deletreando el gran legado de la música medieval: Cantigas de amigo, Cantigas de Santa María, Martín Códax, Arias Nunes, motetes procedentes del monasterio de Santa María de los Huelgas. No faltaron canciones del Cancionero de Palacio, del de Uppsala, y de consagrados compositores; de C. de Morales, Francisco Guerrero, T. Luis de Victoria.


La rama seguía moviéndose, allá en lo alto, detrás de la ventana sobre el altar. El coro variaba las partituras y alternaba el concierto con un dúo de voces, o un trío marcado por agudos contrastes. Sobre las losas milenarias del recinto románico se recreaban lejanos ecos que resurgían después de cientos de años. Monjes encorvados, jóvenes y mayores, sumidos en su cenobio, saldrían de sus celdas al toque de una campana, y cumplirían una vez más, en el lejano medioevo, el ritual de sus cantos y de sus rezos. Lo marcaría el arco de las horas canónicas: maitines y laudes (primeras horas del día), Nona y Completas: los últimos rezos de la Liturgia de las Horas.


Terminado el recital la iglesia se fue vaciando transidos los asistentes por la gran fuerza espiritual del recital. El concierto vino acompañado por la celebración de una queimada. En un recoveco del claustro, al pie de la escalera que conduce a la parte superior con acceso al campanario, en el alto, de un rellano, el Mestre reverberaba sobre las piedras ancestrales las ágiles llamaradas del alcohol. La invocación del conjuro, 'demos, trasgos e diaños / espíritos das neboadas Veigas'; la ronca voz del queimador, hundía ahora a los espectadores en el mundo mágico, demoníaco, dominado por las sombras y por la enunciación, a modo de rezo pagano, de una letanía irreverente : 'Barriga inútil da muller solteira, / falar dos gatos que andan á xaneira, / guedella porca da cabra mal parida'.


Lo sagrado y lo profano, la devoción y la transgresión, el rito sacro y su carnavalización, tonos altos y bajos, agudos y suaves, dirigidos a la Mater Dei, resonando en el interior del templo, contrastaban con la voz del feriante que, en medio de las sombras, vestido de fraile del Cister, declamaba con voz tronante un rezo conjurado, envuelto en ondulantes y febriles llamaradas. Uno se imaginaba la oscura presencia de las meigas de la vida y del destino o de las míticas Hades de la Antigüedad clásica. De la mano, en un golpe de gracia, antropología, religión, y magia, y en mente el gran antropólogo escocés, James George Frazer (1854-1941) quien, en The Golden Bough (La rama dorada) investigó los aspectos que constituyen el mito comparando cultos, leyendas y tradiciones. Marcó un campo en el estudio antropológico sobre la magia y la religión. La versión en doce volúmenes se redujo años después en un grueso volumen a modo de síntesis. Salió en 1922. El título de la versión francesa es sugestivo: Le Rameau D'or.


Sir Frazer cree que las primitivas actividades mágicas derivan en establecidos ritos religiosos. Y que la magia establece el contacto humano con el mundo de la naturaleza. En cifra, e íntimamente asociados, la recreación del recital religioso en el interior del templo de Santa Cristina, con el seguido en el exterior, la queimada. La Rama dorada del gran antropólogo escocés asociaba la que al otro lado de la alta ventana se movía suavemente sobre el cielo azul de la noche en un mágico lugar. Dos ritos, el religioso y el pagano, sumidos en medio de una gran arboleda de castaños, interior uno, exterior el otro, cercanos a un río, en donde culto (divinidad) y naturaleza (magia) entonaron himnos de exaltación y de prácticas ancestrales. Sucedió en un hundido recoveco de la Ribeira Sacra. Lo sagrado y lo profano a la par.


(Parada de Sil)

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