Opinión

SANGRE, LÁGRIMAS Y FUEGO: ORIENTALISMO DE EDWARD SAID

Lo había descrito con acierto Edward Said, palestino nacido en Jerusalén, doctorado en literatura comparada por Harvard, y prestigioso profesor en la Universidad de Columbia, de Nueva York. Murió prematuramente de una feroz leucemia. Coincidí con él en mis años en Columbia University. Impartíamos clases en el mismo edificio (Hamilton Hall), a un paso de la facultad de derecho, en la calle 116 y Amsterdam Avenue. Y no lejos del memorable edificio donde todos los años se imparten los famosos premios Pulitzer de periodismo. Años más tarde pasaría por esa misma universidad Barack Obama como estudiante undergraduate (en el argot académico) para seguir, ya licenciado, la carrera de leyes en la Facultad de Derecho de Harvard.


De familia árabe cristiana, Said estudió en colegios (el Victoria en El Cairo, y Mount Hermon en Estados Unidos) y en universidades de élite (Princeton, Harvard). Profesor brillante. Las evaluaciones que hacían los estudiantes de sus seminarios, al final de cada semestre, eran impecables. Sus clases siempre a tope. Eran frecuentes las listas de espera para quienes, a última hora, decidían matricularse en su curso. Uno de ellos y el más popular, Orientalism. Versaba sobre la creación imaginaria de un espacio diseñado por Occidente ?Inglaterra y Francia sobre todo?, que no correspondía con la realidad cultural y etnográfica de los países en cuestión. Uno de ellos: Egipto.


El seminario tuvo como fruto una gran aportación al estudio de las humanidades, que vio la luz bajo el título de Orientalism (1978). Estableció un nuevo campo de investigación en el mundo académico anglosajón: los estudios postcoloniales (postcolonial studies) que, a través de la gloriosa pluma de Michel Foucault, seguido por el popular Homi Bhabha, de origen Parsi (Mumbai, India) se convirtieron en el pan nuestro de los departamentos académicos de humanidades y de ciencias sociales, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos. Said documenta y describe en Orientalism, traducido a más de treinta idiomas, un sistema de paradigmas conceptuales con las que Europa definió a Oriente. Fueron impuestos y aceptados en el mundo académico, político y personal. Oriente, en especial los países árabes, existieron como una creación imaginaria, ideológica y conceptual, formulada por Occidente, ya desde Napoleón. Unificó diferencias culturales y biológicas entre pueblos separados por marcadas fronteras territoriales.


Tal pensamiento lo impuso el Poder eurocéntrico a través del discurso político que dominaba. Su superioridad cultural facilitó, de acuerdo con Said, que los países más destacados de Europa (Francia, Inglaterra, Alemania, España y Portugal) llevaran a cabo una audaz misión colonizadora. A través de una variedad de enunciados (discourses) retóricos instituyeron la figura del Otro, diferente. Oriente, es decir, árabes y musulmanes, no eran lo que asumían ser, carentes de objetividad. Los académicos y políticos occidentales, especializados en el campo, eran los objetivos e imparciales. Poseían la verdad. El Orientalismo fue una aberrada simplificación. Como lo fue el recorrido eslogan francés de que África empezaba en los Pirineos. La avaricia, en el caso de Oriente Próximo estaba en la base de tales formulaciones culturales, llenas de prejuicios raciales y religiosos. Colonialismo puro y duro que Vargas Llosa ha documentado recientemente (2010) en su novela de El sueño del celta.


La imagen romántica que cundió durante siglos sobre Oriente dio pie y hasta justificó su dominio y colonización. No estaba basada en hechos o realidades sino en arquetipos preconcebidos, basados en textos literarios o en datos históricos cuya validez era limitada a la hora de entender la vida cuotidiana del Oriente Medio. Gran defensor de los derechos de los palestinos ubicados en Israel y de los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, el profesor Said fue acusado de antisemita y hasta de terrorista; amenazado incluso de ser despojado del trabajo académico universitario. Said obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en 2002. No tuvo la visión de profetizar la llegada de la primavera verde a los países objeto de su estudio: Egipto, sobre todo.


(Parada de Sil)

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