Opinión

ESTE ES MI SITIO: UN RÍO LLAMADO MAO

Viajas, caminas, pasas largas temporadas alejado, a veces años, y siempre vuelves al mismo sitio. Es una de las querencias del ser humano: un innato afán de recobrar el espacio ausente. La ausencia es una presencia contaminada de memorias, recuerdos, nostálgicas vivencias. Vuelves y ya nada es igual. Alivia la costumbre del volver: al que fue tu lugar, tu sitio. A veces conforta la soledad, el silencio, el estar solo. Porque lo que fue antes ya no es igual. Forma parte de la tan dibujada historia del mítico retorno. El tópico, con sus múltiples variaciones, fue deletreado con minucia por el filósofo e historiador de las religiones Mircea Eliade en el seminal estudio El mito del eterno retorno. Se extiende al concepto de la historia, no como acontecimiento lineal sino básicamente como proceso cíclico, recurrente, paralelo. Lo consagró una vez más García Márquez en Cien años de soledad, y Jorge Luis Borges en relatos magistrales como 'Las ruinas circulares', 'El tiempo circular', 'La doctrina de los ciclos'. Es el mito de la presencia repetida, doblada; o del endiosamiento del instante. De lo que imaginativamente vuelve a ser lo que ya no es. Forma parte de las agrias paradojas de la existencia humana.


Me cunden tales sentimientos al llegar a ese mi sitio: una vacía aldea en la Ribeira Sacra. Desconcierta y abruma ver todas las puertas cerradas. Apenas un perro que ladre ante la llegada. ¿Dónde el bullicio de tanta gente, hacia el monte o hacia la ribera, cargando y descargando los carros a tope, con la nueva recogida del centeno, de la fresca patata o del dorado maíz? ¿Dónde el sequeiro tostadas las castañas, a punto de ser descascaradas a golpe de rítmico talegazo, repetido en cada entrega, contadas doce veces para la nueva ronda, y así hasta el atardecer? Los golpes se repetían en eco, rebotando al unísono contra las vetustas paredes ¿Y donde el tufo de la burbujeante aguardiente que, gota a gota, trocado el vapor en líquido por arte de una serpentina sumergida en el bidón de agua fría, dará en el chopito de licor café, de aguardiente de hierbas, alegrando el final de la abundante comida? 'Papiñas con leite. tamén che daréi; / sopiñas con viño, torrexas con mel', reza el mágico verso de Rosalía de Castro, que penetró con ágil aliento la vivencia ('vividuría', diría Teresa de Ávila) del sentimiento rural.


Este es también mi sitio, yo diría, asombrado ante tanta naturaleza recién nacida al ojo del visitante. A orillas del río Mao, una fábrica de luz convertida en restaurante y mágico albergue juvenil, sumido entre exuberante arboleda y el rugido cansino de aguas que, a borbotones, serpenteando recodos, reposando en breves balsas espumosas, se despeña de nuevo entre rocas y peñascos, y cae precipitada para quedarse nuevamente sosegada en un breve remanso. E inicia de nuevo el imparable curso de un milenario y estrepitoso río. Truchas esquivas vigilan debajo del recodo espumoso, al amparo de torcidas raíces. Una bien trazada pasarela volada, que baja, se allana, vira y se abre sobre soberbios acantilados, a veces rozando la techumbre de robles y castaños centenarios, permite seguir con asombro, desde la brecha de un pequeño mirador, el nervioso correr, río abajo, de tanta agua cantarina, alborotada.


Espacio inhóspito, agreste, las gargantas del río Mao, que desde las lindes de Forcas se desgarra, como herido, hasta unirse al majestuoso Sil. Aquí la madre Naturaleza retocó con maestría un paraíso de silencio y de aguas desbordantes. Aquí la admiración se convierte en perpleja mirada ante la apoteosis de un gran espectáculo natural: teatro de cósmica armonía, de abrumada e hiriente soledad. Lo acompasa el agudo silbido de una merla, la bulliciosa bandada de milanos y estorninos, el esquivo cucú que se aleja al sonar sobre la pasarela las pisadas bruscas de los viandantes. Fresnos, ruscos, cantuesos, sauces, esbeltos pinos, frondosos castaños, aromáticos tomillos bordean las tupidas laderas. Ya en el fondo, al final de la pasarela, trazada con sabia mano en el arte de la mampostería, se repite el abrazo hermano de río con río: Mao y Sil.


Este es también mi sitio: a orillas de un río llamado Mao, reflejado sinuosamente en un breve remanso de aguas apaciguadas. (Parada de Sil)

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