Opinión

YO TAMPOCO SOY PIRATA

La piratería y la figura del pirata está envuelta, en el imaginario colectivo de Occidente, en una rara aureola romántica. Al margen de la ley, el exaltado manifiesto en defensa de la libertad y de la mano del libertinaje, se sitúa en el límite de lo establecido como norma, rompiendo las reglas acordadas. El robo y la usurpación era el modus vivendi no reglado del pirata El romántico José de Espronceda fijó su figura en la memoria de nuestros escolares, en la famosa 'Canción del pirata' cuyo verso inicial lo consagró la fraseología de la lengua castellana: 'Con diez cañones por banda, / viento en popa, a toda vela'. Un velero, un mar abierto (el Mediterráneo), unas presas, y el frenesí del sueño que realza la locura del sin ley, del ególatra poseído por sus alocadas fantasías de poder desenfrenado: del todo es de todos. La piratería ha puesto en vilo las relaciones internacionales. Infestó el mar del viejo continente (el Mediterráneo) en donde, a mediados del siglo XVI, el conocido Barbarroja, era temido, odiado y reverenciado. El cautivo y su rescate pasó a ser un jugoso motivo económico. Miguel de Cervantes fue uno de los más famosos cautivos de la historia cultural de Occidente: años de cautiverio en las mazmorras de Argel e intentos de fuga frustrados. Enfrentó imperios (el Otomano frente al Sacro Imperio Romano), religiones (Cristianismo frente a Islam), y dificultó el tráfico comercial entre Europa y el Lejano Oriente. La batalla de Lepanto dio un duro golpe a la presencia de la piratería en el Mar Mediterráneo.


Surgió de nuevo, ya camino del siglo XVII, en el Atlántico. El nuevo espacio, marítimo y comercial, era surcado por grandes flotas, cargadas de suculentas mercancías procedentes de las Indias de América. Y dos potencias enfrentadas: Felipe II frente a Isabel I de Inglaterra, la hija de Enrique VIII y de su desgraciada Ana Bolena que, acusada de incesto y adulterio, manda decapitar. Sir Francis Drake, acompañado por su lugar teniente Sir John Hawkins, hicieron célebres sus incursiones por el Caribe atacando las colonias del imperio español y sus rutas comerciales. El gran complejo turístico de Walt Disney, en Orlando, Florida, ofrece un viaje simulado en una barca subterránea, navegando entre escombros, peñascos y grandes acantilados, por el mar Caribe de los piratas. Asaltos simulados, arcabuces, petardos, gritería, aguas en remolino, tumultuosas, forman parte del tenebroso recorrido, entre luces y sombras, espantos y bárbaros degüellos. La vieja ciudad de Argel, cuyos ingresos sustanciosos se generaban con el rescate pagado por los frailes de la Merced, quedó desplazada por las grandes fuertes con que fueron defendidas las colonias españolas del Caribe (Cartagena de Indias, San Juan de Puerto Rico, Puerto Belo). El rescate humano quedó substituido por el abordaje, la toma del galeón y la transferencia de las valiosas mercancías. Todavía así en el lejano mar Índico y no muy lejos de las costas de Somalia.


Con las nuevas tecnologías, desde una cómoda consola o formando un sofisticado equipo de expertos en computación y con potentes ordenadores, ha surgido la figura del nuevo pirata, casi invisible, difícil de detectar y no menos de identificar. Los nuevos navíos son potentes virus que navegan enmascarados por la red, alteran formas y diseños, y se introducen invadiendo e inmovilizando otros sistemas. Logran la paralización y hasta la detención de grandes programas de enriquecimiento de uranio (Irán), con un posible objetivo: el armamento atómico. O el virus pirata, que revela y logra sacar a la luz los secretos de la diplomacia norteamericana (Wikileaks), los trapos sucios y las vergüenzas internacionales.


El pirata de mano blanca, posmoderno, ducho en sofisticadas artimañas electrónicas, lejano e invisible, maneja unas armas un tanto inofensivas (un ordenador); navega por rutas no menos invisibles (la red), y con ágiles dedos sobre un teclado, cae sin escrúpulos sobre sus pecios: un extenso texto literario, una reciente producción fílmica, una serie de programas de televisión. Los substrae y los asume como propios. El pirata posmoderno es a modo de un voraz parásito, que vive y se alimenta del esfuerzo y trabajo ajeno: un pícaro redomado o simplemente un ladronzuelo de guante blanco.


(Parada de Sil)

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