Opinión

La tragedia de Escocia: María Estuardo

En la frontera entre Escocia e Inglaterra se ha derramado mucha sangre. Marcadas divergencias de identidad, filosofía de la vida, sentido de independencia, aires nacionalistas, clanes en abierta rivalidad (los MacDonals, Cameron, Lindsays, Campbell, Gordon, Frazer), afincados en espacios diferenciados (Low Lands, High Lands), han marcado una larga historia de enfrentamientos y sangre. Las fricciones vienen de lejos. Allá por las últimas décadas del siglo XVI se enfrentaron católicos con protestantes y dos reinas: María Estuardo (Mary Stewart), reina de Escocia, frente a Isabel I, hija de Ana Bolena y Enrique VIII, reina de Inglaterra. La trágica ejecución de María Estuardo por orden de su prima Isabel I, con destacados cruces genealógicos, descendientes ambas de reyes (Enrique VIII de Inglaterra y Francisco I de Francia), causó asombro y estupor en las Cortes europeas. Las mejores plumas se hicieron eco. Cundieron las versiones sobre el golpe final de la hacha que dejó cercenado, sobre un tronco de madera, el cuello de la reina de Escocia, envuelta en una aureola de inocencia, martirio y brutal venganza.

El proceso del encarcelamiento, juicio, sentencia, ejecución, desmembramiento y entierro de María Estuardo adquirió las proporciones de una gran tragedia urdida a base de celos, traición, adulterio, homicidio y ciega ambición por el Poder. Las intrigas contaminaron con frecuencia las relaciones diplomáticas. Espías, contra espías y dobles espías se movían con agilidad entre Londres y Edimburgo, entre París, Madrid y Roma. Se infiltraban entre la extensa servidumbre de cortesanos compuesta por Lores, Consejeros de Estado, embajadores, rompiendo y alterando acuerdos o alianzas previas. Y cundían las enemistades sanguinarias entre los potentes clanes escoceses. La reina de Escocia se movía en medio de una continua secuencia de traiciones y asesinatos, siempre en el vórtice del huracán. Acosada por contrarios intereses políticos, con gran temple y una elegante presencia física, dotada de una magnífica educación, terminó siendo acusada del asesinato de su segundo esposo y de conspirar (el caso “Rodolfi”) contra su prima, Isabel I de Inglaterra. Si en principio ésta le ofreció protección y refugio, la condenó a un largo confinamiento de casi dos décadas, que condujo finalmente a su ejecución.

Historiadores, cronistas, dramaturgos poetas dieron pie al mito de la reina mártir, con versiones elogiosas y no menos denostadas por sus rivales. Se leyeron enturbiadas por la negra tinta del desencuentro entre católicos y protestantes, y en sus derivaciones de luteranos, calvinistas y puritanos. Tuvo como primera respuesta la organización de una poderosa armada (La Invencible) que, con más de cien navíos, se dirigió desde Lisboa a la conquista de Inglaterra. El desastre de la expedición (1588) es harto conocido. Inicio la caída del poder marítimo de la España imperial.

Pero lo que más azuzaría la conciencia de católicos sería la pública decapitación de la reina de Escocia. Así la describe un brillante historiador inglés: el segundo golpe del hacha (falló el primero) cortó el cuello, pero no completamente, de forma tal que hizo falta que el verdugo cortara los nervios restantes sirviéndose del hacha como si fuera un cuchillo. “Por fin el verdugo alzó la cabeza y grito, ‘Dios salve la Reina”. Cuando levantó la cabeza mutilada, los rizos castaños y el gorro de lino blanco se desprendieron del cráneo. La cabeza rodó por el piso hacia los espectadores, viendo que era gris y que estaba rapada. La reina había usado una peluca. El acto superaba la expectativa de los espectadores ingleses acostumbrados a presenciar las monumentales tragedias de Shakespeare (Macbeth, Othelo, Hamlet). Ni siquiera en los teatros londinenses, en donde las tragedias y las historias de venganza estaban al orden día, se había representado algo semejante.

Los fieles católicos escoceses vieron en la ejecución de su reina el resultado de una serie de calumnias y de crueles difamaciones. La reina de Escocia pasó a ser una representación alegórica del bien frente al mal. Su ejecución tenía dos fines: salvar el trono de Isabel y la religión que ésta defendía. En el imaginario colectivo de la última década del siglo XVI, María Estuardo fue asociada con los grandes mártires de la Iglesia católica, piadosa, humilde, vilmente denigrada, incapaz de ser reconocida como soberana de su pueblo y, sobre todo, como legítima heredera del trono de Inglaterra. Las sombras de la historia no son fáciles de borrar.

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