Opinión

VOTARÍA DE NUEVO POR BARACK OBAMA

Primero en Tampa, semana después en Charlotte, Carolina del Norte, una coqueta ciudad sureña, que concentra una fuerte actividad financiera y comercial. Y una lejana historia de tropas confederadas, sureñas, y unionistas, del Norte, enfrentadas en la primera y única guerra civil norteamericana que dio un gran vuelco al modus vivendi de unos pocos servidos por una humillada población de esclavos. Han pasado más de ciento cincuenta años. En Tampa se celebró la semana pasada la convención del partido republicano en donde se eligió a Mitt Romney como candidato a la presidencia de Estados Unidos y, formando pareja, a Paul Ryan como candidato a la vicepresidencia. En Charlotte, le tocó el turno a la convención democrática. La baraúnda y el jolgorio forman parte de este gran carnaval político: discursos, carteles, conciertos, entrevistas, discusiones, debates. Por el lado republicano, la administración previa de Obama ha sido un rotundo fracaso: déficit abismal, alto desempleo, beneficios sociales indiscriminados, seguro médico obligatorio, espacio político crispado entre el poder ejecutivo (Casa Blanca) y el legislativo (Senado).


Estados Unidos es el país en que, de acuerdo con la ideología de ambos partidos, se cumplen las utopías. De ahí que celebren las biografías y semblanzas de sus figuras más destacadas con detallado esmero. Lo hizo de manera elocuente la mujer de Romney, Anna, hija de un minero empobrecido de Gales, que emigró a las dieciséis años y logró ser elegido alcalde de su pequeña ciudad situada en el estado de Michigan. Madre de cinco hijos varones, realzó la nobleza de su marido: sus grandes logros como hombre de negocios, su actividad política como gobernador del estado de Massachusetts, y su ejemplar dedicación al bienestar social. En Romney se encarna, afirmó su mujer, la utopía de la gran nación por venir.


Imperó el discurso autobiográfico: quien soy yo (Romney) frente a quien es él (Obama). Se ensalzaron las virtudes propias y se señalaron las del rival. El discurso de Romney cerró con acalorados aplausos la convención republicana. Fue el mejor púlpito de sí mismo: experiencia política como gobernador, experto en administración y creación de empresas, gestor y líder (en boca de uno de sus hermanos y de varios de sus hijos), generoso, padre dedicado, fiel observante de su fe: la Iglesia de los Mormones. Urge, insistió Mitt Romney, empezar de nuevo: proteger a las empresas capaces de crear riqueza y empleo, incentivos a las grandes fortunas para que éstas, a modo de cascada o, mejor, de mágica lluvia (trickle down economics) inviertan su capital en nuevas iniciativas o en cabezas emprendedoras: capitalismo puro y duro. Aquí el aplauso fue ferviente y clamoroso.


Tal vez fue el discurso de Condoleezza Rice, la ágil secretaria de Estado durante la administración Bush (hijo), el más coherente y el menos triunfalista. No faltó la referencia autobiográfica: nacida en una pequeña aldea del estado de Alabama, antepasados esclavos, familia humilde, catedrática en la prestigiosa universidad de Stanford, destacada figura en la política exterior de Estados Unidos. Sin embargo fue Marco Rubio, el actual gobernador del estado de Florida, de origen cubano, quien puso el broche de oro. Fascinó con su elocuencia, esmerada articulación, dominio de la audiencia, variada modulación, carismática figura, juventud. Rara avis, este Marco Rubio. Detrás dejó una Cuba rural empobrecida, y un padre que pasó muchas noches como barman en el bar de un lujoso hotel para que su hijo, años después, desde el alto de un gran podio, se dirigiese a una asamblea cercana a los dos mil delegados republicanos. Electrificó a la audiencia. Hubiera sido la mejor elección para acompañar a Romney como vicepresidente en vez del apático y un tanto voraz Paul Ryan.


El colofón final fue diseñado por el gran actor y director de cine, Clint Eastwood. En un deslavazado monólogo, improvisado e incoherente, se dirigió a una tosca silla de madera, figurando estar sentado en ella, aunque invisible y ausente, Obama. Fue la mejor metáfora del descalabro de la política propuesta por el partido republicano: la invención de un personaje rival, inexistente, ficticio. También, in absentia, los problemas de la clase media, los derechos de la mujer a elegir o controlar su maternidad, pero muy presentes las propuestas a favor de los que más tienen (the haves), y de espaldas los que apenas tienen (the have nots). Una política abocada al fracaso electoral. Que así sea. (Parada de Sil)

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