Opinión

La ciudad padece una grave patología de visión

Ourense tiene un grave problema de visión. Lo que sus representantes no ven en algunos concellos de la provincia lo pillan al vuelo: que venga la residencia de la Fundación Amancio Ortega que no quieren en la ciudad. En septiembre del 2019 la entidad firmó con la Xunta un convenio para construir varios centros de mayores, uno de ellos el de la capital. Poco tiempo después se supo que el emplazamiento previsto era la antigua estación de autobuses de O Pino. En diciembre del 2020 comenzaron las obras de derribo de la terminal y todos (vecinos, partidos políticos, colegios profesionales o administraciones) conocían su emplazamiento y nadie se pronunció.

Llegó el momento en el que se debían tomar los acuerdos que facilitasen el encaje urbanístico y ahí surgen todos los problemas, tantos que existe grave riesgo de perder una inversión de doce millones y una dotación imprescindible.

La capital y sus representantes reeditan así su capacidad para la discordia, el enfrentamiento y el leirismo mental que tanto daño hace. La condición humana no es caprichosa, no dejó caer en Ourense más mediocres, cretinos y ruines de los que pueden sentarse en los cómodos cojines de la política en otros lugares. Otras ciudades son capaces de discrepar, ponerse arena en los zapatos, pero al menos de cuando en vez son capaces de acordar algo que despierte simpatías en el administrado. No es el caso de la capital de As Burgas, que se está quedando ciega, después de estar ya sorda. 

Tenemos todos los males de la vista. Entre todos y los que nos representan estamos un poco daltónicos, incapaces de distinguir el color de los proyectos, solo se ve el color de la militancia. Aquejados de miopía, vemos (poco) de cerca y como sociedad somos incapaces de proyectarnos más allá de las narices. También nos han diagnosticado hipermetropía, viendo borroso en ciertas distancias lo que debiera estar muy claro en todas ellas, ocasionándonos fatiga ocular y dolor de cabeza. El envejecimiento mental y la fatiga física se suman a la presbicia. El astigmatismo nos impide distinguir las siluetas de las iniciativas de interés y las cataratas aún por encima nos ponen un velo opaco delante que nos hace andar a tientas. Lo peor es que la ciudad acude a curanderos en vez de a oftalmólogos. Cada vez es mayor el riesgo de glaucoma. Y ya saben lo que pasa si no se trata a tiempo. 

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