Opinión

OTRA VEZ EL LADRILLO

Las constantes vitales inducían a la preocupación, pero aquí todo el mundo se arrancaba por rumbas, negando el céreo color del paciente: 'No estaba muerto, estaba de parranda'. Hace diez años las grúas en Ourense nublaban el sol, pese a que la demografía caía en picado. En el 2003 la Xunta suprimió 109 aulas en infantil y primaria porque no había niños, pero no había pueblo que no aspirase a tener su urbanización de chalés adosados y alcalde ufano que no proclamase aquello de que 'hay que captar población'.


En el 2007 Ourense tenía la tasa de natalidad más baja de Galicia, con 5,6 nacimientos por cada mil habitantes, y el índice de emigración juvenil más elevado, pero los precios de los pisos subían a diario. Los bancos, embriagados por la economía de casino, prestaban dinero lo mismo para tunear el Ibiza que para comprar el apartamento en el que Kevin y Choni tortoleaban en la cama del Ikea. Lo hacían pese a que su contrato laboral era de seis meses a razón de 600 euros, justo lo que le engullía la hipoteca. Además, el 30 por ciento de la población soplaba más de 65 velas y estaba más por la petanca y los quince días en Benidorm que por comprar el pisito. Daba igual.


En el 2006 la construcción tenía casi 15.000 empleos directos y la patronal, orgullosa, recordaba que por cada empleo se mantenían tres indirectos y que en un edificio desde su génesis a la entrega de llaves participaban más de 60 empresas.


Hoy el saldo es lacrimógeno. En el 2012 había 10.000 viviendas vacías en la capital y las grúas desaparecieron como en un magistral truco de Houdini. Los más de 200 arquitectos son hoy un espectro al lado del esplendor de antaño. Diez constructoras han ido a la UCI del concurso de acreedores, alguna con rigor mortis. Mientras, profesionales del gremio en Verín dicen que parados y pensionistas hacen trabajos en economía sumergida. Una pena, no solo por el sector de la construcción, sino porque parados y jubilados hagan chapuzas para sobrevivir.

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