Opinión

Y SEGUIRÁ ARDIENDO

Ourense, año 2100. Ricardo (podría llamarse así) se encamina hacia el único concello que queda donde él vive. En tiempos en su comarca se contabilizaban diez pero el chicle no estira más: apenas vive gente y los consecutivos planes de reactivación del rural reposan en el vertedero mancomunado. Por lo tanto, parte de los ayuntamientos han sido laminados. Quiere informarse de los trámites que se exigen para formar parte de las brigadas de extinción de incendios forestales, una de las industrias más boyantes en la provincia desde finales del siglo XX. Sigue una vieja tradición familiar porque tanto su abuelo como su padre estuvieron algunos estíos en las brigadas. Su abuelo apagaba con manguera, su padre desde un vehículo motobomba y él ya lo hace desde el móvil mandando una señal a través de GPS a unos Drones, unos aviones no tripulados, que derraman sobre el fuego el agua que llevan estos aparatos en la panza. El sistema fue presentado por un funcionario de la Troika (ahora mandan los herederos de Angela Merkel) y revela la eficacia de los artilugios. Eliminan riesgos y ahorran costes, sobre todo laborales, dice el técnico enfundado en un impoluto traje negro. Ourense, que ya lleva siglo y medio ardiendo, se prepara así para el siglo XXII y poder arder con plenas garantías cada verano.


El relato tiene tintes de astracanada, pero vamos camino de una provincia cenicienta (como personaje del cuento y como lugar colmado de cenizas) ante el consentimiento general. Arden más de 50 hectáreas en la Ribeira Sacra porque así debe ser en este extraño código genético de tierra que se fagocita, que lo mismo se suicida demográficamente o que se autodestruye como espacio natural. Y todo ello con el mismo diagnóstico de todos los años: no se limpia en el invierno, la imprevisión, la despoblación, los recortes? En fin, lo de casi siempre. Pero, sobre todo, sorprende la poca capacidad de indignación social ante la tierra quemada. Comentamos, eso sí, la voracidad de las llamas con el mando a distancia en la mano, nos asombramos por la foto de este periódico o maldecimos al supuesto pirómano, pero poco más. Mientras no tomemos conciencia de que con el crepitar de las llamas se quema parte de nuestro futuro poco habrá que hacer, salvo que aspiremos a ser como Ricardo y manejar la aplicación del móvil para guiar a los Drones.

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