Opinión

LA ENERGÍA NUCLEAR ANTE UN TEST TRASCENDENTAL

La energía nuclear afronta estos días una auténtica y trascendental prueba de la que depende mucho de su futuro. El terrorífico terremoto de Japón, el mayor de su historia y el quinto en magnitud del mundo con su 9 en la escala de Richter, ha puesto a prueba el elemento por el que esa fuente de energía encuentra sus mayores resistencias: la seguridad. El peligro radioactivo como amenazadora posibilidad. Y ello en el único país del mundo que sufrió un ataque atómico: Hirosima y Nagasaki.


Las 50 centrales japonesas resistieron la terrible sacudida, pero tres de las costeras cercanas al epicentro se vieron dañadas por el devastador tusnami sobrevenido que ha sido el verdadero causante de la terrible catástrofe y mortandad. Los sistemas de refrigeración de una de estas centrales se vieron anegados y colapsados. La concentración de gases dio lugar a varias explosiones. La lógica alarma se desató a nivel mundial. En no pocos medios de comunicación se transmitió pánico cuando no antesala de holocausto. Su posibilidad suplantó, aunque no hubiera hasta el momento una sola víctima, a los miles de muertos, al estrago generalizado que el terremoto y el tsunami habían causado en el país. Resultaba que ello no parecía tener ya más que una importancia secundaria ante el miedo nuclear.


Lo cierto, lo único cierto hasta el momento, es que una central ha sufrido desperfectos graves y que existe un evidente riesgo. De lo que suceda de ahora en adelante va a depender en buena medida hacía donde se incline definitivamente la opinión pública mundial. Ahora, sin duda, lo que emerge es la imagen más negativa, vuelven a reaparecer todos los peores fantasmas con Chernobil a la cabeza, y da alas al ecologismo radical que ha tenido siempre a la energía atómica como su Satán particular. Me resultó de un oportunismo carroñero la inmediata escenificación de una de sus actuaciones por parte de Greenpeace en Europa cuando Japón, con ejemplar entereza y calma, aún buscaba a sus muertos y no precisamente víctimas de explosiones nucleares.


Pero es quizás también el momento de señalar, aunque el catastrofismo de algunos medios españoles, donde ha destacado el diario 'El Mundo', cuya línea editorial en materia medioambiental se acerca al integrismo verde más desaforado, que la energía nuclear en diez años a esta parte no ha sufrido un solo accidente destacable, que en ese mismo terremoto otras plantas industriales, químicas, térmicas, eléctricas, han quedado arrasadas y provocado daños y víctimas y que habrá que esperar, en tensa alerta y con esperanza que las medida de seguridad eviten lo que de manera agorera se preanuncia a cada instante: una especie de tsunami nuclear.


Si la central de Fukushima, dañada y posiblemente con daños irreversibles, aguanta en sus medidas de seguridad, si la fuga radiactiva es controlada en esos niveles no lesivos para la salud humana y los planes de evacuación y prevención funcionan, lo que hoy es motivo de anuncio del apocalipsis habrá de atemperar sus críticas y los partidarios de la energía nuclear, entre los que no oculto que me encuentro, tendrán el argumento de que en la peor y más terrorífica de las hipótesis, un terremoto máximo, un tsunami devastador, las plantas nucleares han demostrado estar en unos niveles de seguridad encomiables.


Pero a todos se nos alcanza que el miedo que la sola palabra 'atómico' anida en el subconsciente colectivo del ser humano y emerge arrollador en cuanto se abre cualquier espita. Ese miedo podría aumentar y volver a tener bases de realidad, como lo fue la atrocidad de Chernobil, si las centrales japonesas afectadas sucumben y la contaminación radiactiva alcanza a la población. En ese caso lo sensato y razonable sería replantearse muchas cosas y yo desde luego me las replantearía. Aunque sepa que lo sucedido allí es excepcional, la sacudida sísmica y la ola gigante, aunque ni Trillo ni Garoña, por poner dos ejemplos cercanos, están expuestas en principio a tales vicisitudes, creo que todos nos lo replantaríamos.


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