Opinión

Una visita de alto riesgo

La lengua castellana, que compartimos con él, es muy rica en insultos. El presidente venezolano, Hugo Chávez, es todo un enfervorizado partidario de su uso. Los españoles también sabemos utilizarlos con singular énfasis y contundencia. Y dadas las simpatías que el personaje provoca en la ciudadanía -encabeza el ranking mundial de personajes aborrecidos- su visita está provocando una dura competición para dar con el más hiriente de los epítetos y el más mordaz de los calificativos. Casi entro en la carrera, pero he decidido renunciar a la contienda.


Chavez llega a España, después de llenar la cesta de la compra con armas en Rusia y Bielorrusia (para eso está hinchado de petróleo), con una herida en su soberbia de la que aún no se ha repuesto. Aquel corte del Rey don Juan Carlos lo lleva clavado en lo más hondo. Y emponzoñado. Desde el famoso incidente, hoy uno de esos momentos iconográficos como los zapatazos de Kruchev en la ONU, Chavez no ha levantado cabeza. El Rey le hizo callarse, porque se calló, cuando mastuerzamente se empeñaba él en no dejar hablar e interrumpir a un ‘talantista’ Zapatero al que desbordaba la situación y tras aquello, por muchos kikirikis que ha pretendido gritar se le han con vertido en gallos y ‘cacaracás’.


Lo peor y lo primero fue que sufrió el atroz fiasco de perder un referéndum que había montado y diseñado para perpetuarse en el poder y cambiar la Constitución de Venezuela a su antojo. Fue su primera gran derrota en unas urnas que siempre le han sido favorables.


Tocado internamente pretendió convertirse en referente, salvador y redivivo Bolívar de todo el continente -en eso no ha cejado, no crean- y montó aquel circo de la liberación de los secuestrados de sus amigos y financiados narcogerrilleros de las FARC. Con la operación creía tener a Uribe, su archienemigo, contra las cuerdas. No se podía negar a un acto humanitario. Pero al final salió el tiro por la culata. La operación propagandista acabó en fiasco. Después de días en plan Rambo rodeado de ocho mil cámaras tuvo que regresar a Caracas. Algo pudo maquillar el asunto, pero a la postre el éxito rotundo ha sido el de las Fuerzas Armadas Colombianas liberando a Ingrid Betancourt y descabezando a las FARC, incluso en sus refugios de Ecuador, donde en efecto hubo ataque pero donde se demostró que los terroristas campaban a sus anchas y es más, les fueron capturadas pruebas de su financiación y complicidad con tanto con aquel gobierno como con el suyo.


Ahora Chávez tiene por delante elecciones a gobernadores y a alcaldías. Y va a perder mucho poder. A pesar de las trampas y de los acosos. Y sigue con su espina clavada.


Por ello tuvo que salir como salio en su televisión en ese su plan perdonavidas, displicente, descortés y bravucón. Para consumo interno, puede pero una vez aquí, la visita tiene un alto riesgo. No para el Rey ni para Chávez. La tiene para Zapatero. Porque es nuestro presidente el que se encuentra con el más incomodo de los visitantes posibles. Alguien a quien sabe que el conjunto de su población profesa una abierta antipatía y que cualquier gesto suyo puede ser pésimamente interpretado y valorado como de debilidad y genuflexión ante quien el Jefe del Estado sí estuvo en su sitio para saber pararle los pies. En seco.



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