Opinión

Una Constitución superviviente

Me preguntan con cierta frecuencia  qué opinión tengo de Ringo Starr como batería,  y suelo adoptar un gesto calcado al de Buster Keaton en “El maquinista de la General”, porque yo no sé tocar la batería y solo puedo hablar con rigor de lo que entiendo. A mí me parece un batería perfecto -especialmente para los otros tres- pero sobre todo estoy convencido de que un sujeto que es capaz de poner ritmo y tambores a todo lo que los otros iban pariendo tiene que ser forzosamente un genio con toda la barba.

Se trata de una respuesta sencilla y sensata que no quiere huir de responsabilidades porque es sincera. Sospecho además que puede aplicarse serenamente si alguien me pregunta qué opino de  la Constitución, la Carta Magna de nuestro ordenamiento jurídico, político y social cuyo 44 aniversario se celebró ayer 6 de diciembre.  Una Constitución que, brotando de las cenizas de una dictadura prolongada y siniestra, ha sido capaz de reconciliar a los españoles y ha aguantado sin descomponerse gobiernos de todas las tendencias del arco democrático sobreviviendo a dos intentos de golpe de Estado, no puede ser un código de conducta malo. 

Muy al contrario, me reafirmo en considerarla excelente. Es  una Constitución de consenso, elaborada  bajo los efectos  de la ilusión y la esperanza, el deseo de reconciliación, un notable compromiso con el futuro y un escrupuloso deseo de libertad ordenada y sensible, partiendo del  crisol de pensamientos y tendencias que se citaban en 1978. Su calidad está confirmada al comprobar que, a pesar del acoso a la que ha sido sometida por ciertos sectores de la sociedad española, y a pesar de la intolerancia con la que ha sido en múltiples ocasiones tratada, está vigente, fuerte y mayoritariamente respetada aún a pesar de sujetos como Gabriel Rufián y sus compañeros de aventura política cuyo discurso  representa un porcentaje del sentir popular reducido a fragmentos decimales. 

No es el nuestro un país en el que duren la Constituciones para general desespero de muchos de los grandes cerebros de la política nacional cuyo compromiso y sentido del Estado debería guiarnos. Desgraciadamente ya no están para hacerlo personajes de fuste y sentido político como Cánovas, Sagasta, Canalejas, Alcalá Zamora, Dato e incluso y con sus múltiples lagunas, Cambó o Azaña.   Pero esta Carta Magna del 78 ha sido mágica. Seamos justos con ella que se lo merece.

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