Opinión

Si yo creyera

Si yo creyera en Dios, creería en un dios bueno escandalizado y estremecido ante tantas cabezas giradas en su nombre, para no ver la cara del sufrimiento y el terror. Si yo creyera en Yahvé, creería en un ser justo, avergonzado ante tanto asesinato y dolor inútil en nombre de una tierra prometida que él nunca ofreció a unos pocos para que se llenara de muerte y odio. Si yo creyera en Alá, creería en un dios compasivo destrozado por la maldad de quien manda a morir a los suyos, matando a los otros, usando su promesa de un paraíso lleno de paz. Si yo creyera en la evolución del ser humano creería en una humanidad escarmentada y en unas víctimas desgarradas incapaces de repetir asesinatos masivos del pasado. Si yo creyera en el perdón, creería en uno que llevara aparejada la incapacidad absoluta para extrañas y sangrientas venganzas. Si yo creyera en la justicia, creería en la que hubiese desterrado el ojo por el ojo y el diente por diente que alguien alguna vez llegó a decir, y que no sirve para aplicar a destajo. Si yo creyera en la verdad, creería en aquella que me hiciera ver el dolor desgarrado de todas las partes, que desvelara con toda su crueldad los abusos de los fuertes y armados, que dejara oír sin censura los gritos de justicia que se lanzan al aire desde todas las orillas. Si yo creyera en la igualdad, creería en una que prohibiese convertirnos en ciudadanos de primera, segunda, y hasta vigésima clase. Si yo creyera en la libertad, sería en aquella que no quitara las posibilidades de vivir a los otros, la que no se cimentara en la esclavitud de esos ellos. Si yo creyera en la existencia de guerras justas, entonces creería que nunca el control del agua, del petróleo, del dinero, serían una causa para mandar a morir a los que apenas hemos dejado posibilidad de sobrevivir. Si yo creyera en la humanidad como concepto general, nunca podría creer en la impunidad de los crímenes, en la exaltación de asesinatos, en la violación de los derechos más elementales, en el levantamiento de muros para matar, en los guettos, en el uso de armas que asesinan sin ojos que ven ni estómagos que se revuelven. Qué pena no creer.

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