Opinión

MARTA DEL CASTILLO

Sólo los muertos pueden saltar fuera de su propia sombra, y fuera de las sombras que los envuelven, cuando su desaparición queda sellada con una interrogación. El cuerpo sin vida de Marta del Castillo no estaba allí, ni en la zanja ni en el río. No aparece. Pero lo más terrible del caso, al margen de la tragedia familiar, es no poder entender cómo un grupo de desalmados traen en jaque a todo un sistema judicial, a las fuerzas de orden público y a un país necesitado de saber a qué clase de monstruos tiene que enfrentarse.


Después del dinero, el tiempo y la energía empleados en la búsqueda del cuerpo del delito, siguiendo paso a paso las indicaciones dadas en las declaraciones por los supuestos cómplices, primero en el agua y luego en la tierra, sólo queda ya explorar el fuego y el aire para tener los cuatro elementos por separado, en los que pudiera encontrarse la macabra prueba criminal. En cuanto al fuego, la búsqueda se haría ya inútil, y en aire, la imposibilidad es evidente. Ahora se abre una nueva vía de investigación ante las últimas declaraciones del autoinculpado, Miguel Carcaño, que señala como autor del asesinato a su propio hermano con la participación de otras gentes. Pero sólo los muertos pueden hablar, señalar con el dedo al criminal.


Hoy Marta del Castillo sigue muda, ciega y quieta, aunque vuelva a aparecer en grandes titulares en los medios. Reaparece una vez más, porque como en la hermosa leyenda de la infeliz que muere antes de que su amado llegue para desposarla, su mano siempre será visible sobre la tierra de la fosa en la que yace, hasta que su dedo anular sea ceñido con el anillo que prueba el cumplimiento matrimonial.


Marta del Castillo es algo así como uno de esos personajes de ficción que nunca son palpables en la acción, pero siempre están presentes durante el proceso argumental con una fuerza tan extraordinaria, que logra que todos los demás intérpretes giren como marionetas a su alrededor. Son entidades creadas para anidar en las conciencias. Para dejar constancia de que nunca quedaran enterradas del todo hasta que esa interrogación que marca su desaparición, se borre de la frente del culpable. Como decía al principio, sólo los muertos pueden saltar fuera de su propia sombra y fuera de las sombras que los envuelven, cuando su desaparición está sellada con una interrogación.

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