Opinión

RESURGIR, RENACER

Un año más ha tenido lugar la celebración del acto simbólico que transmite la exaltación de la vida. Que magos y poderosos se postren ante un recién nacido, es quizá la imagen más poética y entrañable que pueda mostrarse. Reyes llegados de tierras lejanas unidos a humildes pastores para adorar a un niño venido al mundo en la más absoluta pobreza, es alegoría de grandeza.


La iconografía artística religiosa occidental está llena de hermosas representaciones del acontecimiento, plasmado a través de la historia por excelsos pintores y escultores, con fondo de palabra rimada y música de poetas y compositores perdurables en el tiempo. Iconografía bellísima, lección inmensa, sensibilidad exquisita. Es nuestra cultura, es nuestra forma de dar valor y sentido a la vida, es aquello que nos humaniza. Se sea creyente o no, la imagen del nacimiento de una criatura siempre enternece e inspira amor, sentido de la protección, alegría. Es el Misterio de la vida que queda reflejado en un establo en el que sucede la encarnación del Verbo, en el que la naturaleza se cifra en la figuras de dos animales, y la infinitud de lo insondable se hace visible en el brillo de una estrella, guía del camino iniciático del encuentro con uno mismo.


Este año no se han visto tantos Papás Noel como en otras ocasiones. Las esculturas belenistas de todo tipo, barro, plástico, papel, madera, etcétera, casi siempre sencillas, han retornado multiplicadas en escaparates, balcones e interiores. En estas fechas, se pueden admirar verdaderas obras de arte en esas mil reproducciones de la aldea de Belén, expuestas en determinados centros e instituciones que no faltan a la cita. Ahí está como ejemplo la bellísima de Baltar y tantas otras como las maravillas llevadas a cabo por la Asociación de Belenistas de Ourense fundada en 1963 por Cándida Bosch, y presidida actualmente por Natalio Blanco Sierra. Creaciones dignas de ser contempladas una y otra vez y sobre las que se podría decir que cada año se superan más, si esto fuera posible. Y un verdadero artífice de esta práctica es sin duda alguna Jerónimo de Vicente: sensibilidad, maestría y devoción por lo perfecto.


El Belén es delicia para los ojos, llamada al recuerdo de la infancia, y fiesta por los pequeños que renuevan la vida. Porque, en definitiva, su gran significado es el de renacer.

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