Opinión

¡Pasen y vean el mejor espectáculo!

Érase una provincia donde sus recursos paisajísticos y patrimonio arquitectónico (y también las generosísimas subvenciones económicas) actuaban como reclamo de cineastas nacionales, internacionales e interplanetarios. Pero el mayor reclamo mediático se encontraba en el salón de plenos del Ayuntamiento de la cosmopolita, moderna, y boyante capital de una provincia donde sus habitantes bebían de la pócima de la eterna juventud por su conocida y reconocida longevidad.

La gran atracción, sin duda alguna, giraba en torno al majestuoso espectáculo que se desarrollaba entre los componentes de dicho salón de plenos. Aunque también, todo hay que decirlo, en aquellos que manejan los hilos de las marionetas. Sí, marionetas, porque los títeres son aquellos que su movimiento depende de la mano del titiritero, mientras que las marionetas están sujetas a hilos que el titiritero tiene que mover desde arriba, sutil diferencia, y el que quiera entender que entienda.

El título escogido para esta película era un poco trágico, incluso apocalíptico: “Ocaso y destrucción de una ciudad”. Los actores escogidos para el reparto eran de procedencia variada y serviles a la causa. El plato principal era el salón de plenos, ya que en él -aunque también en sus exteriores- se rodaban las mejores escenas de esta tragicomedia. La verdad es que los guionistas lo tenían fácil, las marrulleras frases empleadas y los impetuosos gestos eran repetitivos hasta el aburrimiento, y las estridencias verbales eran lo más empleado en sus guiones; otra cosa es que fuesen del agrado de los espectadores.

Había distintos protagonistas, unos principales y otros secundarios. Uno de ellos era un listillo que se estaba convirtiendo en un nuevo rey Midas, ya que su “caché” no paraba de engordar y engordar. Los que le rodeaban solo estaban pendientes de las monedas que le caían de sus abarrotados bolsillos para poder recoger algunas. La escena recordaba esas películas donde el señor feudal, después de darse el gran atracón en el banquete, arrojaba a sus perros los restos del festín y estos esperaban ese momento con ansiedad no disimulada. Total, ¿para qué disimular? Otros actores aguantaban el tirón mediático del actor principal, simplemente porque no les quedaba otra si querían unas propinas a fin de mes. Mejor eso que tener que ganarse las habichuelas con su sudor y esfuerzo. Y como premio, pues de vez en cuando salían en las fotos de la prensa, y cómo les gustaba eso... porque los incautos pensaban que así eran reconocidos entre su vecindario y se sentían más importantes en su espejismo virtual de vanidad sin límites, aunque la realidad era bien distinta. A sus espectadores lo único que les producían sus andanzas era una mezcla entre desprecio y lástima.

El caso es que el rodaje de esta película era ya demasiado largo y cansino. Y los espectadores ya no veían la hora de levantarse de sus asientos y marcharse, pero aún les quedaba un año entero de seguir contemplando el espectáculo, ya que los titiriteros que mueven los hilos desde arriba así los querían tener entretenidos.

Les adelanto que el final de la película no pinta bien, aunque eso ya se lo pueden imaginar después de tres años enteros de grabaciones. Pero no es que no pinte bien para los protagonistas. ¡Qué va!, estos tan contentos, han hecho su actuación y durante estos cuatro años han vivido espléndidamente de la venta de las entradas que ustedes, espectadores, les han generosamente pagado. Y es que el destrozo que han causado es de tal magnitud que la ciudad, eje principal de la película, difícilmente podrá tener un futuro. Ese es el precio a pagar por un rodaje que nunca debió comenzar.

Te puede interesar