Opinión

Antigua maleta de tweed

Antigua maleta de tweed
photo_camera Antigua maleta de tweed

Viajar es un pecado mortal. Nos vamos lejísimos, como pollos sin cabeza, hasta lugares donde no se nos ha perdido nada y donde tampoco nos quieren. Pero ahí insistimos, en la experiencia, en el estar allí, olvidando habitar esta cosa del aquí, que está francamente bien. En aeropuertos y estaciones, en estos sitios de transportarse colectivamente siempre pienso en aquella frase cínica de Umbral: “Ah, ¿es que usted todavía viaja?”. Y ahí vamos todos, buscando lo exótico en lo lejano, cuando lo verdaderamente alucinante está delante de ti, en el monte de atrás de tu casa, al que quizá nunca subiste y del que no sabes el nombre, en el río que baña los lindes de tu bosque, en el paisano de tres aldeas más allá que sigue conectado al neolítico como un museo viviente, antes de largarse y llevarse consigo miles de años de sabiduría.

Viajamos, digo, porque quizá es la acción que más nos hace olvidarnos del secuestro semanal, de una vida que no se quiere, de un atrapamiento abusador en el que es difícil encontrar algún resto de humanidad. Hace años que dejé de viajar lejos, limitándome a los irremediables viajes del trabajo y los irreversibles para visitar a amigos ultramarinos a los que queremos ver antes de que la vida se pase. Casi siempre llevo la misma maleta, esta maleta.La compré en un anticuario de Albany, cuando fui a conocer a Sasha, mi sobrina americana, que hoy es adolescente y aún habla un castellano estupendo. Allí encontré también un traje soberbio de Burberry. Pero hablábamos de la maleta. Está entre el baúl de diligencia y el horrible trolley de la era Airbnb. Está hecha en cartón recubierta con lana de tweed amarilla. Su  asa es una pieza de madera clavada a un hierro, comodísima. La protegen cantoneras de cuero bien cosidas a mano con los pespuntes vistos y, dentro, un precioso forro de seda.

Ella, que viajó con otros cuando el mundo era más silencioso y suficiente, está ahora conmigo. Las manos que la abrieron me recuerdan que lo exótico está aquí mismo. Y todos los anteriores vamos juntos a lugares viejos que son siempre nuevos. Es el equipaje perfecto para no ir a ninguna parte, que es el mejor de los destinos.

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