Opinión

Antiguos binoculares Zenith

Antiguos binoculares Zenith
photo_camera Antiguos binoculares Zenith

Hubo un año de dos primaveras que viví bajo un cielo enorme. El lugar era tan bueno que ya lo habían escogido los americanos para instalar unas antenas con las que siguieron al Apolo XI. Los del pueblo decían que aquellos cacharros habían cambiado las lluvias. En fin. El asunto es que yo también quise agrandar mi ojo para entender aquellos cielos. Como no tenía espacio (ni ahorros) para un telescopio, compré en un mercadillo unos viejos binoculares Zenith. Además, me servirían para espiar al herrerillo capuchino que, cada atardecer, y con todo el descaro, cantaba maravillosamente desde la misma rama del mismo pino. Con ellos conseguí ver los anillos de Saturno (no me lo podía creer) y preguntarme si nuestra galaxia es apenas un átomo en el universo.

Supongo que estos prismáticos japoneses no están hechos para mirar al firmamento, sino para amplificar levemente nuestros ojos humanos y convertirnos en seres aumentados. Nunca entendí bien la regla de sus ópticas 8x40 pero sé que me llevan más lejos sin moverme. Al llevarnos cerca, nos recuerdan nuestra gran separación con todo lo vivo. No son magníficos como los del guardabosques, el biólogo o el ranger, pero transportan en silencio hasta la rama donde uno ha creído escuchar al zorzal y verlo canturrear desde una privilegiada primera fila. Y así sentir ese desfase entre la garganta del pájaro y las melodías que llegan al oído. 

Los prismáticos están hechos de un polímero de plástico resistente. Su rueda de enfoque se amolda al dedo y desplaza dulcemente las lentes de los objetivos. Con ellos he visto arrendajos, herrerillos y oropéndolas, apuntando la fecha en la guía de aves de Peterson. También, torpemente, corzos y algunos monos, cuando me tocó escribir sobre ese anacronismo criminal de los safaris. En casa, puedo vigilar el bosque vecino, con el salón convertido en observatorio. A veces se cruza en los dos redondeles la figura de un humano con su desbrozadora o su escopeta, como en las pelis de James Bond. Estos prismáticos invitan a pasear bajo el dosel de árboles y practicar paciencia. Con ellos empiezan las mejores aventuras. Las de aquí mismo.

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