Opinión

Cuchara de madera de olivo

En unos días es la media estación, cuando el invierno pivota sobre sí mismo y se va dejando caer despacito. Los días ya saben largos y afuera revientan en flor las yemas de almendros y cerezos, que son banderas de paz que conmueven hasta al más insensible. Esto debería ocurrir en un sistema estable, no en este que colapsa mientras talamos bosques, construimos granjas imposibles y prendemos fuego a selvas fósiles que hemos desenterrado con saña. Quizá este invierno no haya sucedido nunca. Hay quien se la pasa de lugar climatizado en lugar climatizado. Para los que tenemos ventanas que malcierran, nuestro invierno sucede junto al fuego, donde hierven las sopas y los pucheros, todo lo que se ejecuta con cuchara. Llevar la cuchara a la boca es el movimiento a no olvidar, más amable que el tenedor. Con la cuchara apenas se mastica o desgarra: se saborea, se masajea la comida y se traga, como cuando éramos niños. La cuchara es la manera adulta más parecida a seguir amamantándose con cubiertos. 

Para todo este deporte uso cucharas de madera de olivo. Cuando uno cruza esa frontera no permite ya que el acero roce a la boca ni los alimentos, como si el metal los desprotegiera de sus atributos mágicos. La madera es el material que debe encargarse de esta tarea. Vale más que un diamante. La madera es el elemento más raro en el universo, porque viene de los árboles, que son las criaturas decisivas en esta galaxia periférica donde la materia se ha fusionado sucesivamente hasta aparecer la vida.

Esta cuchara de olivo es la oficial para sopas y nunca (nunca) se usa para manejar pucheros. Quien la talló le dejó una pala suave, algo achatada y un mango alegre. Está pulida pero no demasiado y sus vetas sin poros no dejan espacio a los microorganismos. No se infla con el agua y tampoco recuerda los sabores. Es un palo sin remordimientos. Hoy transporta lentejas y mañana sopa de cocido como si fuese siempre la primera vez. Como los buenos utensilios, hay que limpiarlo a mano con jabón de sebo y secarla bien. Con ella en la mano, no dan miedo los inviernos cuando son inviernos.

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