Opinión

Media fanega de castaño

Anteayer, los ríos bajaban limpios y sin zancadillas. Se podía beber de sus aguas y comer sus truchas sin miedo a enfermar. Son (o eran) las venas a cielo abierto de este planeta que también es un ser vivo y guarda el calor dentro, como los demás bichos que lo habitamos. Y, aunque quizá todo esté perdido, tampoco conviene ponerse estupendos. Hay que quererse mucho y atender los asuntos pequeños de ese misterio contra el tiempo de estar aquí. Y que los ríos ya no bajan limpios, digo. Ríos que en este país de agua fueron toda una red de economías. En cada uno, varios molinos harineros, que se cuentan por miles, casi todos ellos comidos por las zarzas, salvo unos cuantos conservados para el turismo frivolón y una pseudo etnografía de pandereta. Lo real siempre está bajo la superficie, ya sea de cotegrán, aluminio o la insoportable piedra de Porriño. No hay nada que confunda más al paisano (al de la aldea y al de la Administración) que eso del futuro y los materiales para construir/destruir.

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Pienso en los ríos masacrados y en las ruinas de los molinos donde el tiempo se llenaba con canciones y se medía por fanegas. En ese patrón más local que universal, que cambiaba de capacidad de una aldea a otra, cabía toda la vida de antes del sistema métrico decimal, las máquinas complejas y la viruela incurable de la civilización. Era la medida de todas las cosas, del grano de las cosechas y también del territorio, y por tanto, del honor y sus venganzas. Una amiga me regaló una de esas fanegas, y también su mitad, que es la que nos ocupa. Un cajón de madera de castaño con veintitantos litros de capacidad. Tiene un asa clavada en un extremo y el morro al bies para verter su contenido en el gran asunto de la molienda. La tengo en casa fuera de contexto, guardando unas revistas y cosas ligeras de leer.

Cuando vuelvo de algún paseo por esta provincia-geriátrico, que es como descubrir una civilización perdida entre la maleza y el desprecio, miro a la media fanega con ojos nuevos. Es el cajón del repartimiento. Donde cabían los esfuerzos y las hambres. Ella recuerda que lo importante se puede solucionar con un par de tablones y esa ley perdida entre los hombres.

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