Opinión

Metrónomo pirámide Wittner

Metrónomo pirámide Wittner
photo_camera Metrónomo pirámide Wittner

Los dedos tienen ojos. Pero no son ojos que están allí sin más. Hay que hacerlos salir a base de práctica. Los callos son las lentes de aumento de una mano súper especializada que ha trabajado con dolor y con rigor. Son mundos dentro de mundos. Los ojos de mis dedos han ido saliendo con el tiempo, practicando pasajes en la guitarra y en el piano, intentando conseguir cierta delicadeza en el arrumbamiento general. En la práctica silenciosa de todo instrumento, mientras la mano se educa, otra parte del cerebro debe poner los fragmentos dentro de un tempo. Ahí hace falta un metrónomo.

Un metrónomo es un aparato de alta precisión. Funciona a través de un péndulo que se da cuerda y se balancea a velocidad constante dejando en el aire un clic marcial. Mi metrónomo, que vive encima del piano, es el clásico modelo pirámide de la casa alemana Wittner. Una empresa fundada  a finales del siglo XIX el relojero Gustav Wittner que en manos de la misma familia. Si alguien sabe de tradición es esta gente. Yo sabía que quería este metrónomo antes de tenerlo. Lo busqué en los arrabales de internet. He ido a muchos a mercados de pulgas cuando el móvil era un protozoo y podías sentir cómo hervía el mundo por debajo del mundo y estaba empeñado en reencontrarme con este artilugio que sigue viviendo en las casas honestas donde la música ocupa un lugar honesto. Quería que la mía también lo fuese. 

El metrónomo tiene forma de pirámide sobre unas leves patitas. Está rematado en plástico veteado que recuerda su diseño original en madera. La tapa descubre el péndulo que se hace deslizar para ir del largo al andante y del moderato al presto. En cada clic, un acierto. Un compás irremisible. La vida entera. Su reserva de cuerda dura lo suficiente como para una sesión de estudio. En el silencio despoblado de mi casa campesina, el tictac metrónomo se cruza con el tictac del reloj. Es un sonido de orden  y de concentración que hace las horas más largas y el corazón más ancho. Es entonces cuando uno repara que son ellos los verdaderos habitantes de este lugar y nosotros su eco. 

Te puede interesar