Opinión

Piano de pared Offberg

Piano de pared Offberg
photo_camera Piano de pared Offberg

Es tentador pensar que la gran dignidad está en lo pequeño, como si lo grande tuviese ganados sus galones de antemano. Encontrar la verdad en una cuchara sea quizá más complejo que en un piano. Por eso, quizá, me he resistido a traerlo hasta estas líneas. Un piano está en la frontera de lo mueble y lo inmueble. Es una de las grandes presencias de la casa. Un bicho de destinos definitivos, pero un objeto, en cualquier caso. Este al que acompaño es un piano Offberg. Una marca alemana que pasó a ser polaca cuando bailaron las fronteras de Europa tras las grandes guerras. De Polonia fue a Valencia y allí estuvo hasta que la casa en que vivía se vendió. Fue el último objeto en salir. Su destino era mi casa.

Apenas soy capaz de dar unos acordes y seguir torpemente algunas melodías, pero desde que lo integré en mis rutinas, gracias a los pianos de mis hermanos, necesité uno. Compré el Offberg de saldo. Lo trajo un tipo envuelto en mantas. Según llegó, le desnudé las maderas y lo dejé con las tripas abiertas para escucharlo mejor y poder ver su mecanismo cada vez que lo toco. Es el rey de los instrumentos acústicos, todavía fabricado y ensamblado a mano a partir de materiales orgánicos, los que han acompañado al hombre en este viaje hacia el precipicio que se llama civilización. Es complejamente sencillo: una gran arpa de hierro fundido sobre la que se tensan las cuerdas de metal y se dispone el conjunto de macillos de madera y fieltro. Árboles, pelo y piel de animal conectan mágicamente un teclado que, desde mediados del siglo pasado ya no está hecho de marfil, sino de plástico.

El Offberg está entre dos ventanas, con la tapa llena de libros y objetos aleatorios. Tiene unas hermosas patas Chippendale y las teclas cubiertas por un tapete que hiló a mano mi abuela para un piano anterior que nunca conocí. Suena oscuro y meloso y está levemente desafinado, lo que le añade sinceridad. En él cabe el universo entero, resonaciones mágicas de armónicos que recuerdan la perfección incomprensible de todo lo vivo. Tocarlo en la quietud campesina es abrir esa puerta al cosmos. Allí adentro, para quien lo escuche, está la gran verdad.

Te puede interesar