Opinión

Plato, jabón y cosas de fregar

Plato, jabón y cosas de fregar
photo_camera Plato, jabón y cosas de fregar

Desde mi casa se llega al mar. Se llega al mar porque río empieza en el tragante del fregadero. Porque las aguas del naciente de la sierra se comunican con desagües y cisternas. Las ciudades esconden en sus refajos siniestras plantas de tratamiento de aguas residuales, pero, provincia adentro, a los alcalduchos no les da para más que ponerle una reja al arroyo o enterrar lo que no se quiere como ojos que no ven. El agua dulce del planeta, apenas una cucharadita de café en un barreño de agua salada, es demasiado valiosa como para llevarse los desperdicios. Hay que pensar en su corriente cantarina antes de despedirse por el desaguadero.

Los antiguos que vivían en esta casa no tenían agua corriente. Cuando llegó, una pila desaguaba directamente al huerto, como si los muros orinasen. Ahora el agua se va, quién sabe dónde, como se pierde el destino de algunas cosas cuando las pierde de vista. Dejo ir el agua sin maltratarla, sin alimentar las máquinas con químicos agresivos y con un jabón benevolente para fregar a mano. Tengo este viejo plato de peltre que encontré en el jardín (los antiguos enterraban todo, confiando en la digestión de la tierra), un canto de río, traído de un arroyo termal, un cepillo y un jabón de sebo. El cepillo, de cerdas duras, es industrial, con mango de madera aglomerada, prensada y colada. Tiene forma redonda para fregar sartenes de hierro con movimientos circulares, que es su tarea mejor. Y el jabón es siempre de sebo animal, subproducto de esta cultura de comedores de carne, que se deshace en las corrientes y no mata a los peces ni a las ninfas de las aguas.

Busco estos jabones populares allí donde voy. Son jabones de pilón. Jabones para lavar ropa, platos y cuerpo sin romper el círculo virtuoso del agua. Jabones que transforman las bacterias en una fragancia silenciosa y antigua. Cada vez que limpio así cacharros y sartenes pienso en el río que aún baja limpio en este valle. Estas fórmulas sin venenos ni grandes publicidades recuerdan un mundo más tranquilo, en voz baja, donde no hacía falta lavarlo todo tanto porque, quizá, era todo más limpio y podía renacer en cada enjuague.

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