Opinión

Sartén tostadora Carmela

Cuanto más inteligentes vuelven nuestras cocinas, más conviene simplificarlas de cacharros inservibles que vienen a enredar la cosa del vivir. Con el tiempo, uno resuelve que no hay nada mejor que un espacio despejado, sin robots cocineros, sin freidoras de aire, sin cafeteras supersónicas. El asunto del desayuno, el primero del día, tiene que ser algo sencillo y frugal, con algo de grasa sobre hidrato, tal y como llevan haciendo las distintas culturas en las que floreció el ser humano desde que empezamos a arar la tierra y nos establecimos en lugares donde ver salir el mismo sol tras el mismo cerro. Yo tengo la sencilla sartén Carmela, que así le llamaba la publicidad de los años sesenta, cuando le decían “asadora” y apenas costaba un puñado de pesetas.

Llamarle Carmela a la sartén le da una camaradería especial y te prepara para perdonarle cualquier fallo, si acaso una sartén puede fallar. Vive sobre la cocina de hierro, colgada de una alcayata, siempre cabeza abajo. Es casi siempre una sartén en reposo. La Carmela está hecha de acero vitrificado y tiene un mango largo que termina en el redondel donde está la plancha, donde carnes y pescados se asan sobre el fuego sin cocerse en sus propios jugos. Encima de sus estrías carbonizadas, que ya tienen algún agujerito donde se ve el fuego, las rebanadas de pan se tuestan mejor que en ningún gizmo eléctrico, acumulando el aire caliente por todos los alvéolos, recias pero con el interior blando. Tostadas desde bien adentro.

El pan de masa madre es la mejor munición para la Carmela. Esto es algo que ya no es tan frecuente, porque los panaderos han dejado de ser gente honrada hace tiempo. Pero el pan de entusiastas, el de los que siguen haciendo pan con compromiso, está aún mejor pasados varios días y cobra toda la verdad en unos minutos al fuego con la Carmela. Si hay mantequilla con sal o un chorro de aceite con flor de sal y un cafecito de moka (no hace falta que sea excelente) la cosa de desayunar será entonces un lujo cotidiano. Quizá hoy quede algo en la talega del pan y, Carmela mediante, sea un día de fiesta.

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