Opinión

Taza finlandesa Kupilka

Lo cotidiano debería ser hermoso. Todos deberíamos tener una taza en quien buscar consuelo cada día. Una taza oficial que nos haga sentir bien, a la que procuremos cuidar y, si se va al traste, sepamos despedirnos sin apego. Podrían ser una o varias, porque las tazas y cuencos, en esta cosa del beber, conviene especializarlas, asociarlas a sus rutinas particulares y dejarlas que reinen con fuerza el tiempo que estén junto a nosotros.

Para infusiones medio profanas y consomés tengo esta tacita finandesa que se llama Kupilka.  Es la versión industrial de las kuksa, la taza tallada a mano en madera de abedul que utilizaban los sami, el pueblo indígena escandinavo.  Está fabricanda en un material biológico compuesto de fibra de madera y termoplástico que la hacen revolucionaria. Es confortable en la mano, higiénica y súper resistente. No acumula olores y se puede lavar en el lavavajillas. Esta taza moderna con aires ancestrales tiene forma de cuenco con un asa respetando la forma de su antesapado en madera. También un cordel en fibra vegetal para colgarla de la alacena. Conocí la Kupilka en Laponia, cuando fui a escribir un reportaje para una revista del color. En ella nos dieron bebidas calientes que podíamos sujetar con guantes gruesos en medio de la nieve.

Al parecer, su nombre quiere decir precisamente eso “taza favorita”. Usándola, no es difícil que se gane un lugar en el corazón. Se maneja fenomenalmente con una mano y, aunque sea una criatura híbrida, se siente en ella la tradición y todas las manos que las han sujetado antes. La Kupilka gana significado en invierno, junto a sopas y consomés, a la vez plato y cuchara. Cuando salgo con la bicicleta, la cuelgo de la alforja para que sea mi cuenco in itinere. Al aire libre, una sopa de sobre con agua de manantial hervida en el hornillo se siente en la Kupilka la más gloriosa de las cenas. El día en que no de más de sí, la reciclaré lanzándola a la estufa, para que la madera de sus bosques se reencuentre con la eternidad.

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